La voz del pueblo, en la voz de Fidel, se crece
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Así emerge el ser humano desde su naturaleza básica y avanzando por el camino de su evolución. Aún sin saberlo, cambia todo lo que debe ser cambiado. Porque el camino de convertir su potencialidad en su realidad, su raíz en su realización plena, es el camino de su autotransformación. No cambiar es perecer. No cambiar es quedar en el camino sin realizar su esencia primaria. El ser humano es, en su origen mismo, un (r)evolucionario biológico, genético. Y desde aquí, su destino quedará inexorablemente ligado al cambio. No se detendrá nunca. Y si se detiene, se niega, se autodestruye. La evolución, el desarrollo, son su modo de existencia. El cambio es protagonista de su vida.
El axioma está definido desde muy temprano. La demanda existe en la propia condición de existencia del ser humano: …cambiar todo lo que debe ser cambiado.
La emergencia de la conciencia, como producción subjetiva cultural, no solo supone un distintivo de la psicología humana, algo que se tiene a diferencia de los otros seres vivos. La conciencia es mucho más que la capacidad de darse cuenta, es la inevitable condición de vivir en relación. La condición de humano reside en el sistema de sus relaciones: «la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de sus relaciones sociales» (Marx).
Para el ser humano, ser parte del mundo es tomar conciencia de un doble vínculo. La pertenencia y la diferenciación. Con la conciencia, el ser vivo pasa de una predominante suerte de simbiosis acrítica, amorfa, analógica, a una diferenciación crítica, dialógica. Se marca entonces la diferencia entre la dependencia, la resignación, el conformismo, y la autonomía, la determinación, la autodeterminación, la inconformidad. Y es esta la condición sine qua non para la interdependencia –la co-relación, la integración, la colaboración–.
Con la conciencia, el ser humano incorpora la capacidad de decidir, de construir su condición de sujeto de su vida, de su acción, de su palabra. La construcción del ser humano no es un simple proceso de conversión. No somos mutantes. Somos sujetos de nuestra propia construcción. «Cada ser humano tiene cuatro atributos –conciencia de sí mismo, conciencia de los otros, voluntad propia e imaginación creativa. Estos atributos hacen a la libertad humana: el poder de elegir, de responder y de cambiar». (Covey S.) Y un poder aún más fuerte: el poder de cooperar, de co-participar avizorando una meta, un destino consensuado, un sueño colectivo.
Con la aparición de la conciencia, cambiar va dejando de ser solamente algo que sucede, para ser algo que podemos hacer que suceda. Algo que debemos hacer que suceda para realizar nuestra esencia humana. El pasado no será solo lo ocurrido, sino también la relevancia de lo ocurrido para hacer lo que se quiere hacer que ocurra; el presente deja de ser lo que nos toca, lo que con complicidad aceptamos, para ser el espacio de articulación de lo que queremos que sea; y el futuro ya no es más cuestión de suerte, o de modelación natural, sino la puesta en marcha de nuestras decisiones y elecciones. Lo que somos, pasa a ser «lo que hacemos para cambiar lo que somos» (Galeano).
La conciencia nos demanda la conjugación en plural, por lo tanto, el reconocimiento de lo diverso, y nos impele entonces, ineluctablemente, a la ética de lo humano, la ética del deber. Ser distinto del otro es condición de relacionarme con el otro, y fundamento de la comprensión del otro como un yo también independiente y autónomo, y desde aquí la observancia del respeto mutuo, del derecho compartido, y entonces lo justo, lo correcto, lo que expresa la igualdad que subyace y se yergue sobre la diferencia.
El axioma se reedita y crece. La demanda es un imperativo del desarrollo humano, de las sociedades humanas: …cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Cada época, cada cónclave de generaciones, tiene sus iconos paradigmáticos. Sujetos desujetados que personalizan en su dimensión esencial los pensamientos y actuaciones, las reflexiones y sueños, las necesidades impostergables y las demandas exigidas, las utopías y realizaciones de un movimiento histórico. Son como voces a través de las cuales se expresa la voz de los pueblos.
La producción de estos sujetos-referentes es un proceso histórico en el que puede trazarse una línea inequívoca donde las producciones anteriores se van sumando en las actuales y van configurando la emergencia futura. Una línea que, para nuestro país, está instituida por una noción indiscutible: independencia, en toda su plurisignificación, y en su sinonimia intelectiva y visceral con autonomía, libertad, dignidad, patria, y más recientemente socialismo.
Los líderes, expresan la dinámica esencial de lo trascendente, un proceso en el que emergen y se activan los nombres de una época. La objetivación de esos procesos en sujetos-individuos junto a los sujetos-colectivos, favorece procesos identificatorios, procesos de auto reconocimiento en el reconocimiento del otro (nada que no haya sido deletreado por tradiciones significativas de la sicología).
Yo soy Fidel. Fidel es el pueblo. La palabra de muchos en la palabra de Fidel. La que encarna la dimensión de lo humano, que «…es algo más que ser torpemente vivo: es entender una misión, ennoblecerla y cumplirla» (Martí). La palabra trasciende el decir de uno. Se convierte en decir de muchos. Se convierte en acción colectiva. Actuar colectivamente para cambiar. Cambiar el mundo, cambiar la realidad, cambiar las (i)legitimidades construidas por intereses minoritarios, de espalda a la esencia humana. Y cambiar nosotros mismos, ser capaces de cambiar todo lo que tenga que ser cambiado, preservando lo que ha de ser preservado.
Ser revolucionario, hacer revolución, es no solo la capacidad de cambiar, es sobre todo el deber de cambiar, de cambiar todo lo que signifique obstáculo, alejamiento, distorsión de la ética humana, de la ética de la justicia, la igualdad, la solidaridad.
La voz del pueblo, en la voz de Fidel, se crece. El cambio no es un proceso imprescindible solo desde «lo externo», es un proceso desde «lo interno». La necesidad de cambiar es trascendente, no se ubica solo en un rango de situaciones asociadas a «los otros», sino sobre todo a «nosotros». Con total compromiso, transparencia y honestidad, con apego radical a la verdad, cambiar todo, todo lo que deba ser cambiado.
Una y otra vez hacer revolución desde el compromiso con el ideal de justicia, con el carácter imprescindible del cambio, con la crítica y la autocrítica. Fidel lo asume como arma de lucha por el bienestar y la felicidad de los seres humanos, de las cubanas y los cubanos.
Lo hace en aquella concentración campesina, en Baracoa, tan temprano como en junio del 59: «Combatiendo los vicios que todavía perduran, las lacras que todavía perduran, algunas costumbres que todavía perduran; los seudo-revolucionarios que se pueden haber infiltrado en las filas, los oportunistas, los malos cubanos, los individuos incompetentes e indignos de ocupar determinados cargos y hacer determinados trabajos… una lucha contra los traidores de adentro, una lucha contra los ineptos, los incompetentes, los seudo-revolucionarios; y los traidores de fuera y los enemigos de fuera… una lucha en que tenemos que ir sin descuidarnos nunca, sin bajar nunca la guardia, luchando constantemente contra todos los obstáculos, porque es una tarea casi sobrehumana, la tarea de una Revolución» (Fidel).
En octubre del 79, en un foro internacional, como Presidente del Movimiento de Países No Alineados, evidenciando los resortes éticos de los cambios necesarios, el principio de la justicia en toda su expresión:
«¡La explotación de los países pobres por los países ricos debe cesar!
«Sé que en muchos países pobres hay también explotadores y explotados.
«Me dirijo a las naciones ricas para que contribuyan. Me dirijo a los países pobres para que distribuyan» (Fidel).
O en diciembre del 86, en la clausura de la sesión diferida del Tercer Congreso del Partido, asumiendo la presencia de desviaciones y faltas que motivaron el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas:
«…las cuestiones relacionadas con la aplicación del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía; con la organización del trabajo y los salarios; con la disciplina laboral, la utilización de los recursos, el estilo de trabajo, la exigencia y el control en el Partido, en la ujc, en las organizaciones de masas y en la administración; los problemas relacionados con la política de cuadros, los problemas ideológicos, los problemas sociales, los problemas de la juventud, los problemas de los campesinos; en fin, todos los temas que están comprendidos en esta política de rectificación y de lucha contra las tendencias negativas, que encierran un contenido amplísimo, que va desde el desvío de recursos, que tanto irrita a la población, que tanto corrompe, que tanto desorganiza, que tanto desmoraliza, que tanto daño puede hacer al proceso revolucionario» (Fidel).
El axioma se empodera, se multiplica, se hace método de acción revolucionaria por un pueblo, para un pueblo. Un principio de lealtad a los valores esenciales del ser humano. La demanda es un imperativo ético. …cambiar todo lo que debe ser cambiado
Toda la historia reciente de la Revolución Cubana, contiene como proceso esencial la historia de las luchas emancipadoras internas encaminadas a superar viejas mentalidades arraigadas, y el intento de favorecer la aparición de nuevas, más coherentes a los momentos que vive el país y a su proyecto socio político y económico. «Debemos librar una batalla enérgica contra el conformismo» (Fidel).
No hay como no concordar con la idea de que «es imprescindible romper la colosal barrera psicológica que resulta de una mentalidad arraigada en hábitos y conceptos del pasado». Hay que «…dejar atrás el lastre de la vieja mentalidad y forjar con intencionalidad transformadora y mucha sensibilidad política la visión hacia el presente y el futuro de la Patria» (Raúl).
Concierne a la vida del Partido: «Para alcanzar el éxito, lo primero que estamos obligados a modificar en la vida del Partido es la mentalidad, que como barrera psicológica, según mi opinión, es lo que más trabajo nos llevará superar, al estar atada durante largos años a los mismos dogmas y criterios obsoletos» (Raúl). Concierne a los dirigentes: «Es preciso rebasar el inmovilismo, la superficialidad y la improvisación… y ello deberá caracterizar la conducta de los cuadros de dirección en todos los niveles… la elevación de la exigencia y rigor… batalla que deben librar, en primer lugar, los cuadros» (Raúl).
Pero concierne sobre todo a los cubanos y las cubanas, a todos y a todas. Cambiar para construir, para hacer real, nuestra visión de nación «…soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible». Hay mucho por hacer, mucho por cambiar, y mucho por cuidar y preservar en nuestra Cuba «sana y salva… renovada y diferente… con esperanza» (Leal).
Así como dijera Fidel el 10 de octubre de 1991 en Santiago de Cuba, «…cada hombre, cada revolucionario debe decir… yo soy la Revolución», hoy cada cubano, cada cubana, desde su toma de conciencia, desde su compromiso ético, desde su lealtad a la causa de hacer una Cuba más plena, debe pensar y sentir que para cambiar todo lo que debe que ser cambiado, el cambio tiene que empezar por cada uno de nosotros, preservando y cambiando lo que cada uno de nosotros debemos y tenemos que hacer en nuestra patria ara, y no pedestal.
El axioma se extiende en la dimensión espiritual de la cubanía: La Cuba que queremos ser, los cubanos y las cubanas que seremos, el alma cubana que vamos a cultivar cambiando todo lo que debe ser cambiado.