Fidel dirige la primera captura de bandidos en el Escambray
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Fue al final de la noche del 7 de septiembre de 1960 cuando desde el cuartel de las Milicias de La Sierrita, en las estribaciones del macizo montañoso del Escambray, avisaron al mando militar de Cienfuegos que habían sido vistos hombres armados subiendo para alzarse contra la Revolución.
Un colaborador de la Seguridad del Estado que los acompañaba, y se rezagó ex profeso, denunció lo que ocurría. Quiso la casualidad que ese día el Comandante en Jefe Fidel Castro se encontraba en Cienfuegos y decidió dirigir esa captura.
Casi al filo de la medianoche llegó el líder de la Revolución a La Sierrita, un pequeño poblado que durante muchos años se denominó La Sierra*. Le acompañaba un pequeño grupo: el teniente Alberto León Lima “Leoncito”; otro oficial de apellido Puertas; y tres compañeros más. A las tres de la mañana ya del ya día 8, tras coordinar con los milicianos del lugar, se sumaron al grupo, como prácticos: el cabo Hernández Plasencia, conocido por “Abuelo”, por su edad; y los milicianos Inocencio Rodríguez, Benito López Torné, Humberto Valladares y Francisco Mejías, todos estos armados con fusiles Garand.
A esa hora, por órdenes de Fidel, salieron de la Sierrita en dos grupos para llegar a lo alto de la loma donde presumiblemente estaban los alzados. Antes Fidel terció su opinión a la de algunos compañeros que consideraban que “ya esa gente no anda por aquí”, y el Comandante enfatizó: “Sí, ellos esperarán al amanecer para seguir camino, por eso hay que cogerlos ahora”.
Al frente de sus hombres y el cabo “Abuelo”, que era el guía, tomaron por el camino que conducía a la loma de La Bartola, después de pasar Monforte, yendo por trillos empinados y sumamente enlodados. El jeep no pudo subir hasta el final y continuaron la caminata a pie. El otro grupo que dio una vuelta por Gingiblito, entró por el fondo de esa loma y también hizo el último tramo a marcha forzada. Tal como habían calculado llegaron al unísono a una casita que coronaba la elevación.
“Leoncito”, Puertas y el cabo “Abuelo” irrumpen en la sala donde están los alzados cosiendo unas cartucheras para los peines de sus fusiles San Cristóbal. Tratan de alcanzar las armas y salir por el fondo del bohío, pero allí están apostados los milicianos Inocencio Rodríguez y sus hombres. Se escucha la voz de Fidel: “¡Cuidado con los niños! Sólo entonces se percatan todos de que había muchachos y mujeres en el interior, pero nada les ocurrió. Ya los bandidos, unos quince en total, salen en estampida perseguidos por León, Puertas, Abuelo e Inocencio, que son los más cercanos. Relata Inocencio: “El jefe (..) era un hombre alto, de unas 180 libras de peso, llamado Alberto Walsh, y se ha lanzado por un farallón que daba miedo, le fui detrás y cuando lo estaba alcanzando, escuché la andanada de la ametralladora de “Leoncito”, que dejó un surco a los pies de aquel grandulón que se paró en seco y se entregó acobardado. Era hermano de Sinesio Walsh, un peligroso asesino que tiempo después caería en una redada con los milicianos de la Lucha Contra Bandidos (LCB). La pistola del hombre aquel, Fidel se la regaló al “Abuelo”. Poco después el Comandante en Jefe se reunió con la familia donde se refugiaban los bandidos, y con otras que vivían por los alrededores, y les habló. Allí expresó aquella frase que se haría célebre en boca de nuestras enardecidas milicias: “si una aguja se pierde en este Escambray, una aguja encontraremos”. Luego la repetiría en un discurso público. Y así fue. Esa primera captura sería la precursora de la LCB, culminada cinco años después con la eliminación de la última banda contrarrevolucionaria.
Los bandidos heridos en esa acción, fueron trasladados en parihuelas por los vecinos del inhóspito lugar y los combatientes revolucionarios, hasta la carretera. Cuatro décadas después, en abril de 2005, se develó en ese lugar una tarja conmemorativa de la acción, en la cual participaron 60 combatientes juveniles de Cienfuegos que hicieron el ascenso hasta La Bartola, como parte de su formación política en programas de la Revolución. Es que de esta manera los hechos históricos contribuyen también a empinar el espíritu revolucionario de las nuevas generaciones, tan alto y heroico como nuestro Escambray.
(*) Con este nombre se encuentra en los mapas y documentos antiguos. Al triunfo de la Revolución llegaron al lugar grupos de soldados y milicianos orientales, que al preguntar y conocer sobre la denominación del lugar exclamaron: “¡¿La Sierra?! ¡Será La Sierrita, porque Sierra es la Maestra!”. Y así, en diminutivo, se le quedó ya para siempre el nombre.