El eterno brigadista que vive en Sergio
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“Mientras no haya una escuela en cada aldea, o maestros que vayan enseñado con la escuela en sí de aldea en aldea, no está la República segura”
José Martí
El día que Sergio Ballester tomó en sus manos cartilla, manual y farol y se unió al Ejército de Alfabetizadores que rescataría a miles de cubanos del analfabetismo; apenas tenía 12 años. No había terminado su secundaria básica, pero no era el único; junto a él, unos cien mil estudiantes dejaban atrás por primera vez a sus familias y se adentraban en montañas y ciénagas para darle el derecho de saber a los olvidados.
“No me fue fácil, yo siempre fui un niño muy asmático, y mi papá y mi mamá tenían miedo. Imagínate, su hijito de 12 años se iba a ir para el monte. Pero cuando vino la invasión a Girón ya todo fue indetenible. Desde que entraron los barbudos a La Habana a mí me impresionaron mucho. En ese momento hubiera querido haber sido grande y participar de aquella gesta heroica, pero la Campaña de Alfabetización era mi oportunidad”, recuerda Sergio 55 años después, mientras me hace revivir su historia desde fotografías de antaño.
A través de sus espejuelos su mirada devela la rudeza de quien ha desandado mucho; pero todavía conserva el mismo brillo en la mirada y la sonrisa del joven de 12 años. Siendo apenas un niño, marchó entonces Sergio hacia Camagüey y Santa Cruz del Sur, pero no para alfabetizar en aquellos pequeños bohíos donde desde la distancia podía leerse “Aquí vive un brigadista”; al muchacho le correspondió la difícil misión de formar a un cuartel de las milicias, porque a cada rincón de Cuba llegó el deseo martiano de eliminar para siempre el analfabetismo.
“Todos eran muy cariñosos conmigo porque me veían como un niño. Ellos eran hombres hechos y derechos que agarraban el lápiz como un instrumento de trabajo; y yo no tenía mucha más preparación que las ganas de enseñar y de cumplir con la misión de alfabetizar. Yo permanecía siempre en el Cuartel, y cuando venían lo milicianos de hacer sus recorridos y actividades ayudaba a los que estaban en proceso de aprendizaje”, relata el brigadista.
Particularmente a Sergio le tocó vivir uno de los momentos más emotivos durante la Campaña de Alfabetización, que consistía en apoyar a los alumnos con la redacción de una carta a Fidel, donde le contarían que ya sabían leer y escribir. Ese era el ejercicio final de la Campaña.
“Para ellos era muy difícil lograrlo. Recuerdo la alegría que sentían lo milicianos cuando veían que podían redactar las cartas, y yo también me sentía muy contento cuando alguien lograba escribirle al Comandante y decirle que ya podía leer y escribir”, explica.
El Museo de la Alfabetización recoge el testimonio de las innumerables cartas que tuvieron por destinatario a Fidel, como testimonio de que la tarea estaba cumplida
Un contratiempo
“¿Pero imagínate un muchacho asmático en Camagüey? Me enfermé, me dio un catarro muy fuerte, y no quería que se dieran cuenta porque si me ponía muy mal me iban a virar para atrás. Por eso me fui a la farmacia, pedí un medicamento, y me dieron penicilina en pastilla. No sabía que era alérgico y de esa noche al otro día me convertí casi en un monstruo. Mi familia me fue a buscar y me trajeron para La Habana, donde estuve un mes ingresado en el Calixto García. Cuando me curé, la Campaña no se había terminado aún y me fui otra vez, aún contra la voluntad de mis padres”.
Sergio todavía recuerda el momento en el que al llegar al Cuartel la bandera estaba izada en señal de territorio libre de analfabetismo. Pensó que su oportunidad de reincorporarse a la tarea estaba perdida, “pero nos mandaron a buscar a otro brigadista y a mí, y nos movilizaron hacia un punto de observación donde estaban algunos milicianos. Recuerdo que el oficial me miraba de reojo, como diciendo “usted está muy chiquitico”; pero lo logré”, dice mientras sujeta la bandera roja con el libro convertido en paloma de paz.
“Esta sí es de verdad, por ahí hay muchas réplicas, pero la mía es original”, insiste y la aproxima a mis manos para que también tenga el privilegio de palpar ese momento histórico, que fue además de los más importantes de su vida.
Si bien pocos creyeron que sería imposible lograr la tamaña hazaña que planteó Fidel en septiembre de 1960 en la ONU, cuando dijo que Cuba en un año erradicaría el analfabetismo en el país, la propia Organización de Naciones Unidas reconoció que lo logrado “no fue obra de un milagro, sino de una difícil conquista, de la fuerza del trabajo, la técnica y la organización”.
“En aquel momento yo lo vi como una manera de participar, de ser como los rebeldes, de tener autonomía, hacer aquella Revolución que estaba surgiendo; pero en la medida que uno va avanzando se va dando cuenta de que sin educación no hay Revolución. Yo creo que Martí estaba clarísimo, la ignorancia mata a los pueblos”.
Cuando desde la Plaza de la Revolución, y entre los acordes del himno “Conrado Benítez”, Fidel declaró a Cuba territorio libre de analfabetismo, Sergio partió de allí con la satisfacción del deber cumplido y con la más grande de las tareas sobre sus hombros: estudiar.
Regalos del tiempo
“Me fui a terminar la secundaria, pero por cosas de la vida nunca lo hice. La Campaña me dejó con ese sabor de transmitirle a los demás lo que había aprendido; y por eso, cuando a finales de noveno grado llegaron a mi escuela haciendo captaciones para ser maestro, me pareció que era la oportunidad ideal de continuar lo que había iniciado”.
Así, el joven brigadista se convirtió en uno de los primeros fundadores de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, y es hoy Doctor en Ciencias y profesor especializado en didáctica de la Matemática.
Cuando hace unos años viajó a Alemania para cursar sus estudios de doctorado, cuenta que un hecho le hizo comprender la grandeza de la obra que había protagonizado con apenas doce años.
“A mi lado estaba un ingeniero agrónomo que iba también a prepararse a ese país, y cuando empezamos a conversar supe que él había sido alfabetizado. Allí estábamos, sentados los dos junticos. En ese entonces comprendí que la Alfabetización fue igualdad de oportunidades, y que no es posible que un país avance si no hay aprendizaje”.
“Me siento muy satisfecho de haber sido alfabetizador y de haber dedicado toda mi vida a la enseñanza, porque esa fue la primera y la más importante de todas las tareas que la Revolución dio. Yo la acaricié, me enamoré de ella y me muero luchando por ella”.