Terrorismo yanqui contra Cuba: Dolor, destrucción y muertes
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La voladura de un avión civil en pleno vuelo en las costas de Barbados, el 6 de octubre de 1976, es quizás el más divulgado acto de terrorismo cometido contra Cuba. Sus confesos autores intelectuales, Orlando Bosch Ávila y Luis Posada Carriles, no han saldado su deuda con la justicia; el primero ya falleció en su seguro refugio de Miami, y el segundo permanece libre en esa ciudad, donde goza de total protección y recibe frecuentes homenajes.
Pero ese monstruoso crimen es uno más dentro de los incontables actos de ese tipo alentados y financiados por los Gobiernos estadounidenses, en cuya agenda política con respecto a Cuba el terrorismo ha sido una constante.
Tras el triunfo de la Revolución cubana, en enero de 1959, Estados Unidos devino refugio para connotados asesinos de la tiranía batistiana; de quienes amasaron sus fortunas mediante la explotación o el robo de las arcas de la nación, y de resentidos y desclasados. A esa realidad se sumó el hecho de que ese país vio afectados sus intereses económicos e influencias políticas en la isla. He ahí la razón de su irracional proceder, guiado por el propósito de revertir el proceso revolucionario.
En correspondencia con ello, desde el propio año 1959 elementos contrarrevolucionarios sustentados por ese país emprendieron acciones que, hasta 1999, arrojaron un saldo de 3 mil 478 muertos y 2 mil 99 incapacitados, además de incontables daños económicos. Entre otras modalidades de actos de terror cometidos en ese período, el pueblo cubano sufrió los horrores y consecuencias del sabotaje al vapor francés La Coubre; ametrallamientos y bombardeos a ciudades, pueblos y centrales azucareros; quema de cañaverales; asesinatos de trabajadores y milicianos que custodiaban sus centros de trabajo; ataques piratas a instalaciones costeras, naves mercantes y embarcaciones pesqueras, y sabotajes a oficinas comerciales y sedes diplomáticas en el exterior.
Entre otras modalidades de actos de terror cometidos en ese período, el pueblo cubano sufrió los horrores y consecuencias del sabotaje al vapor francés La Coubre; ametrallamientos y bombardeos a ciudades, pueblos y centrales azucareros; quema de cañaverales; asesinatos de trabajadores y milicianos que custodiaban sus centros de trabajo; ataques piratas a instalaciones costeras, naves mercantes y embarcaciones pesqueras, y sabotajes a oficinas comerciales y sedes diplomáticas en el exterior.
Terroristas fueron también los integrantes de las bandas contrarrevolucionarias que, organizadas y armadas por el imperialismo yanqui, se asentaron en diversas regiones del país y segaron la vida de alfabetizadores, milicianos y decenas de campesinos —incluidos niños—; la epidemia del dengue hemorrágico y otras agresiones biológicas, y los intentos de atentados contra los principales dirigentes de la Revolución, que en el caso del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz superó la impresionante cifra de seiscientos.
Dolor, destrucción y muertes, son el resultado de tan siniestro proceder, que no ha podido quebrar la unidad del pueblo cubano en torno a su Revolución, con la cual marcha firme y decidido por la senda emprendida 54 años atrás.
Marcados por el terrorismo
Impactante y sumamente dolorosa resultó para Julia Hautrive Iribarnegaray, Jesús Sosa de la Concepción, Dora Vázquez Pérez y demás trabajadores del hotel Copacabana, la experiencia vivida el 4 de septiembre de 1997 cuando esa instalación turística fue objeto de un atentado terrorista.
“Me disponía a abrir la puerta de mi oficina cuando sentí un estruendo horrible. Regresé al lobby, donde había estado momentos antes y vi a Fabio tendido en el piso, lo que me causó muy mala impresión porque el día antes le había hecho un trabajo de mecanografía, por el cual se empeñó en pagarme y ante mi negativa me regaló cinco animalitos en miniatura. Nunca pensé que al día siguiente estaría muerto”, dice Julia, secretaria de la gerencia.
Confiesa que esas piezas significan mucho para ella, de ahí que las guarde celosamente, y las dedicó a los Cinco Héroes por el desinterés con que renunciaron a todo y marcharon a Estados Unidos para desde allí prevenir las actividades terroristas contra Cuba.
Otra experiencia lacerante acumula Julia: la voladura del avión cubano en las costas de Barbados.
“Yo estudiaba la especialidad de esgrima, pero la diabetes me obligó a abandonarla. Muchos de los esgrimistas que allí murieron estaban conmigo en el aula. Los recuerdo con mucho cariño, sobre todo a Nancy Uranga, con quien compartía el albergue. Su muerte me dolió doblemente, porque ella se encontraba embarazada y su bebé también fue víctima de aquel acto monstruoso”.
Atentos y vigilantes
Desde entonces, Jesús, Julia, Dora y demás trabajadores de la instalación, permanecen vigilantes ante cualquier movimiento sospechoso, en aras de evitar que los sorprendan nuevamente. A ello se refiere Jesús:
“No debemos descuidarnos, porque constantemente estamos en la mirilla del imperialismo, más en nuestro caso, que trabajamos en una de las actividades fundamentales del país y por lo tanto es objeto de más ataques. Se han tomado medidas destinadas a frustrarlos, porque este es nuestro trabajo, el sustento de nuestras familias.
Contra el terrorismo
Jesús, quien por entonces trabajaba en mantenimiento y en la actualidad lo hace como auxiliar de alojamiento, indica que la muerte de Fabio Dicelmo dolió mucho a todos, porque no se trataba de una persona más, sino de un cliente con quien mantenían una relación muy especial, pues llevaba mucho tiempo en el hotel. “Nosotros fuimos tocados por el terrorismo, vivimos esa horrible experiencia, y estamos en contra de acciones de ese tipo en cualquier lugar del mundo. Por eso agradecemos tanto la labor de Ramón, Antonio, Fernando, Gerardo y René”, afirma.
Traumática experiencia
Dependiente gastronómica, en el momento del atentado Dora Vázquez Pérez estaba trabajando en la mesabuffet, donde la sorprendió el estallido de la carga explosiva: “Fue algo traumático, una gran destrucción, y nosotros no estamos acostumbrados a hechos de esa naturaleza. Nos produjo un gran susto y un dolor inmenso por la muerte de Fabio, quien más que un cliente era casi un familiar, porque vivía aquí, se relacionaba con todos, y lo queríamos mucho por su conducta afable y respetuosa”.