خطابات و تداخلات

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN LA REUNION CELEBRADA POR LOS DIRECTORES DE LAS ESCUELAS DE INSTRUCCIÓN REVOLUCIONARIA, EFECTUADA EN EL LOCAL DE LAS ORI, EL 20 DE DICIEMBRE DE 1961

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20/12/1961

Quería decirles que me parece que la intervención mía no puede ser tan útil, tan adaptada al motivo de las reuniones de ustedes, por cuanto no he participado en las discusiones que han tenido. Con seguridad que del intercambio de una serie de opiniones, de ideas, de experiencias de ustedes, hubieran podido sugerírseme algunas cosas de más interés o de más valor con respecto a las escuelas.

De todas formas, puesto en la tarea de dirigirles la palabra, voy, sencillamente, a expresarles, a referirme principalmente a una cosa que en sí es lo importante en las escuelas, es decir, el valor que tienen para la Revolución como tales escuelas de instrucción revolucionaria.

Nosotros le llamamos escuela de instrucción revolucionaria porque nosotros debemos tener nuestra propia terminología para conceptuar las cosas. Por ejemplo, usamos el término de orientador revolucionario, como un término más nuestro, y que en otros sitios lo califican de “agitador”.

La palabra “agitador” había sido una palabra que pasa un poco como con las cooperativas. Hay ciertas palabras contra las cuales el enemigo se ha ensañado de mala manera, y ha llegado a crear ciertos complejos… ciertos complejos no, ciertos reflejos condicionados. Y nosotros, como no estamos obligados a usar términos… Nosotros, por ejemplo, a una granja del pueblo, que es una granja del pueblo, pues en la Unión Soviética le llaman “sovjós”. Pero si nosotros le hubiéramos puesto a la granja del pueblo “sovjós”, habrían armado un escándalo tremendo los enemigos de la Revolución. Y además, porque no tenemos por qué llamarle “sovjós”; lo de nosotros es granja del pueblo, que es un nombre cubano a un tipo de granja de producción colectiva.

Y pega muy bien, porque, entre otras cosas, el concepto va expresado en la palabra.

Tarda siempre un tiempo hasta que el pueblo llega a identificar plenamente la propiedad social, la propiedad de todo el pueblo, las empresas nacionalizadas, como propiedades suyas. Esa identificación se va produciendo paulatinamente, pero la palabra, por ejemplo “granja del pueblo”, tiene la ventaja de que ya en el propio término está incluido el concepto. Es decir, una empresa que pertenece al pueblo. Si le ponemos “sovjós” a una granja del pueblo, es muy probable que mucha gente estuviera todavía preguntando qué es una granja del pueblo. Pero es que en la propia palabra está incluido el concepto.

Con las cooperativas, los contrarrevolucionarios en el campo han tratado, por ejemplo, de introducir el miedo. Entonces, es indiscutible que ellos se valen para ello de la idiosincrasia tan especial de los campesinos, porque el campesino pobre, pequeño agricultor, es un aliado de la clase obrera y tiene que ser un aliado de la clase obrera; que en la lucha revolucionaria, como aliado de la clase obrera, se libera también de la explotación de los latifundistas, de los intermediarios, de los prestamistas, de los garroteros; es un aliado, pero no un aliado engañado, sino un aliado consciente y que tiene que ser cada vez más un aliado consciente, porque en esa alianza con la clase obrera él obtiene una serie de ventajas.

Pero, al mismo tiempo, una revolución socialista, que entraña la idea de la socialización, entraña la idea de la propiedad colectiva, de la propiedad de todo el pueblo; entonces, eso entra en contradicción, naturalmente, con la idiosincrasia de ese pequeño agricultor que, al fin y al cabo, es un propietario; que, al fin y al cabo, es un pequeño propietario; que al fin y al cabo, está acostumbrado a una relación de propiedad personal con la tierra y con los instrumentos de trabajo, aunque él no explote a nadie, que esa es una de las diferencias del pequeño propietario agrícola, del propietario mediano o del gran propietario, porque él trabaja con su esfuerzo, es dueño de los instrumentos de trabajo, recibe el fruto de su trabajo, trabaja con su familia y no pone a nadie a trabajar para él.

Pero comoquiera que sea, siempre queda aquel fondo en su concepto, y aquella costumbre, aquel hábito, de ser él propietario, aunque en pequeña escala, de los instrumentos de producción y de la tierra.

En la realidad de los hechos de la Revolución, a ese pequeño propietario —que ahora es pequeño propietario incluso, porque antes ni siquiera era propietario, antes era un arrendatario: tenía que estar trabajando prácticamente en la tierra para otro, y ahora él trabaja para sí en una tierra que es suya, consecuencia de las mismas aspiraciones de ese campesino, que siempre ha aspirado, precisamente, a no pagar la renta, que siempre aspiró a tener la tierra—, ¿qué es lo primero que la Revolución le da? Le da la tierra, es decir, satisface una aspiración suya.

A él no le estorba para nada el socialismo. Al contrario, el socialismo, basado en la alianza con la clase obrera, significa para él la liberación del pago de rentas, de trabajar para otro, liberación de los prestamistas, liberación de los intermediarios; liberación tanto de los intermediarios que le compraban los artículos y los vendían en las ciudades, como de los que compraban los artículos manufacturados en las ciudades y se los vendían a él. El decir que se establece una alianza basada no en un engaño ni en una ficción, sino basada en una serie de beneficios reales. Pero entonces, la idea del socialismo es la antítesis, precisamente, de la propiedad privada.

Esa contradicción, que es una contradicción aparente, no una contradicción real en la realidad del proceso revolucionario, contradicción que se resuelve con el transcurso del proceso revolucionario, cuando poco a poco y en virtud del proceso, y sin coacciones de ninguna clase, ni violencias de ninguna índole, por el hábito, por la educación, por la influencia del desarrollo económico general del país, va poco a poco convirtiéndose aquella propiedad privada en una propiedad colectiva.

Pero entonces los contrarrevolucionarios le dicen al campesino: “Esta Revolución es socialista.” Mas, como ven una cooperativa al lado, que es la cooperativa formada por un gran latifundio azucarero, o ven una granja del pueblo, le dicen a ese campesino: “Te van a socializar la tierra.” Y, efectivamente, durante una etapa, hubo una especie de período de aclimatación a las ideas revolucionarias.

En el campesino hizo cierto efecto esa propaganda de los contrarrevolucionarios. Decían: “Esto es socialismo y te van a socializar la tierra.” Y así, muchos campesinos vivían con la preocupación de que la tierra se la iban a socializar. Nosotros hemos tenido alguna experiencia en conversaciones con algunos campesinos, cuando hemos estado de visita, por ejemplo, en una zona de pequeños agricultores, para saber por qué no aumentan la producción, cuáles son sus problemas, cuáles son sus preocupaciones.

Y nos hemos encontrado, por ejemplo, cómo es ya la mentalidad del campesino que tiene una caballería y la trabaja él; un campesino que comprende la Revolución, que le interesa, que está agradecidísimo de la Revolución; que explica cuánto tenía que pagar antes, cuántos años estuvo pagando; cómo tiene que pagar ahora menos por los créditos; cómo tiene créditos, y cómo tienen precios sus artículos: todas las ventajas de la Revolución. Y se ve que es, realmente, un amigo.

Pero que al irme, por ejemplo, a despedir de él, el campesino, con una gran espontaneidad, con una gran honradez, entonces me dice: “Bueno, yo lo que no quiero es que me metan en una cooperativa.” Entonces, efectivamente, ese campesino, habituado a trabajar en aquel pedacito de tierra, ver sus vacas, ver sus cosas toda la vida, él no se concilia con la idea de que tenga que trabajar en una cooperativa y, sobre todo, cuando ha visto alguna cooperativa no funcionando bien, que todavía eso es peor.

Entonces, su preocupación es esa: que no lo metan en una cooperativa. También he conversado a veces con pequeños agricultores, que asombran por su gran conciencia revolucionaria, por su admiración por la cooperativa. Me he encontrado ese caso, del pequeño agricultor que tiene su cochino, aves, siembra algunos frutos menores, y que viven de eso. Pero que, al mismo tiempo, se le pregunta: “¿Y qué frijol sembraste?”; y dice: “Bueno, los pedí a la cooperativa, los frijoles; he sembrado el frijol que me trajo la cooperativa.” Y entonces dice: “Están haciendo unas casas preciosas en las cooperativas.” Entonces habla de las casas de las cooperativas. “¿Y cómo están?”; y dice: “Pues miren, esa gente está de lo más bien; esa gente a trabajado todo el año; esa gente antes no trabajaba apenas, trabajaba poco tiempo y pasaba hambre, está de los más bien.”

Entonces empieza a hablar de la cooperativa de una manera no política por parte de él, sino de una manera muy espontánea, que refleja la admiración que está sintiendo por la cooperativa, como algunas otras cosas que ellos han dicho, porque en el pueblo es donde por lo general se encuentran los mejores argumentos para rebatir a los enemigos de la Revolución.

Una señora, por ejemplo, un día me decía: “Ahora, en la carnicería, nosotros podemos ir a comprar carne, nos toca también un pedazo; porque antes, el que tenía dinero y refrigerador, compraba 10 y 15 libras de la mejor carne, y la guardaba; y ahora la reparten; ahora, aunque tenga dinero y tenga donde guardarla, no puede comprar más que dos libras, y entonces ahora nosotros estamos comprando carne.”

Entonces ella comparaba cómo la situación de ella, hasta en eso de los abastecimientos, había cambiado, porque el que tenía dinero compraba la mejor carne, se la separaban, la guardaban, no tenía problemas. Eso al mismo tiempo explica el porqué del descontento del que tiene refrigerador y tiene dinero, y ahora no puede comprar en la carnicería 15 libras, sino que le venden una o dos libras también.

Este caso de esta señora, es como el caso del campesino que habló recientemente, en el acto, que dijo un argumento tremendo: “Se quejan ahora los burgueses porque comemos parejo.”

Bien, hay campesinos que ya, por ejemplo, la cooperativa la han analizado: tiene suficiente luz, suficiente sentido común, y van analizando, y hablan con admiración de las cooperativas. A otro tipo de campesinos les meten miedo con las cooperativas. Entonces, la palabra “cooperativa” se vuelve una palabra alérgica para ellos. Por eso ahora, en vez de cooperativas, estamos haciendo las sociedades agrícolas.

¿Qué son las sociedades agrícolas? En aquellas fincas de personas que abandonan el territorio, o retazos de tierra que quedan, en zonas de pequeño agricultor, no al lado de una granja, porque en zonas de grandes granjas o cooperativas, como en Oriente y Camagüey, es absurdo poner una sociedad agrícola en una tierra sobrante al lado de una granja o de una cooperativa; pero sí en esas zonas que hay muchos pequeños agricultores, como en La Habana, Las Villas y Matanzas, si hay un retazo de tierra de nueve caballerías, se hace una sociedad agrícola.

¿Con quién? Con los obreros agrícolas que están allí y con algunos campesinos de los que tienen un pedacito muy chiquito y quieren incorporase. El campesino, cuando al incorporarse en la sociedad agrícola tiene ventajas, no lo duda ni un minuto; al que tiene un tercio de caballería, le hablan de unirse con tres o cuatro campesinos más que tienen un tercio también, unir sus tierras a un paño de tres o cuatro caballerías, y ellos ven que les va a tocar un promedio mayor, un rendimiento mayor, inmediatamente les gusta la sociedad agrícola.

En cambio, cuando se encuentran un campesino que tiene una caballería, una y media, o dos, y ya los beneficios que va a recibir al ingresar en la sociedad no son mayores que los que él recibe como pequeño agricultor, ya ese prefiere quedarse en su pedazo de tierra que en la sociedad agrícola.

Pero, en general, la palabra sociedad agrícola les ha caído de lo más bien a los campesinos. ¿En qué consiste? En eso mismo: tres caballerías de tierra sobrante, dos campesinos que tienen un pedacito chiquitico, un obrero agrícola o dos más; bueno: reúnanse los cuatro y en estas tres caballerías, o estas cuatro caballerías, hacen una sociedad agrícola.

El administrador no lo designa el INRA, el administrador lo designan ellos mismos allí. Reciben créditos, igual que los reciben los pequeños agricultores. En realidad, es una cooperativa pequeña, pero no se llama cooperativa. Si les dicen a los campesinos: quieren ingresar en una cooperativa, les dicen que no; ellos tienen una idea distinta de eso. Entonces ingresan encantados en una sociedad agrícola, sin prejuicios de ninguna clase.

Bueno, toda esta historia venía al caso de que les llamábamos escuelas de instrucción revolucionaria. Está correcto llamarles escuelas de instrucción revolucionaria. Ahora, se pudieran llamar también escuelas de marxismo-leninismo. En realidad, lo que se estudia en las escuelas de instrucción revolucionaria es marxismo-leninismo; además, lo único que puede estudiarse en una escuela de instrucción revolucionaria es marxismo-leninismo.

Pero bien, en esa escuela pueden estudiar otras cosas también que no son marxismo-leninismo. Si les dan, por ejemplo, una clase sobre historia de las distintas ideas políticas, y les toca estudiar las ideas del imperialismo, las ideas del imperialismo en su fase más reaccionaria que es el fascismo en una escuela de instrucción revolucionaria, están estudiando fascismo también para saber qué es el fascismo y cómo se compara el fascismo con nuestras ideas.

Por eso, escuela de instrucción revolucionaria implica un concepto más amplio de lo que sería escuela de marxismo-leninismo, porque, en realidad, se van a estudiar todas esas ideas; pero se estudian también desde un punto de vista marxista-leninista, desde una concepción de la historia y de la sociedad y de la naturaleza, marxista-leninista. Por eso se pudieran llamar también escuelas marxista-leninistas. Pero si cuando se fundaron las escuelas se hubiera dicho van a ser escuelas de marxismo-leninismo, pues alguna gente hubiera sentido todavía reflejos condicionados contra el marxismo-leninismo, reflejos que se les van quitando con el tiempo. Y, por eso, las palabras instrucción revolucionaria podían ser una denominación más correcta para lo que son las escuelas.

Desde luego, no se está engañando a nadie, aquí nunca se ha engañado a nadie, nosotros nunca hemos engañado a nadie. ¿Qué hemos hecho? Pues entendemos esa realidad, hemos actuado de una manera marxista-leninista; es decir, hemos actuado teniendo muy en cuenta las condiciones objetivas. Desde luego, si nosotros nos paramos en el Pico Turquino cuando éramos cuatro gatos y decimos: Somos marxista-leninistas —desde el Pico Turquino—, posiblemente no hubiéramos podido bajar al llano.

Así que nosotros lo denominábamos de otra manera, no abordábamos ese tema, planteábamos otras cuestiones que las comprendía perfectamente la gente; nosotros le hablamos a aquel campesino: “Mira, esta compañía te está explotando”; aquellos campesinos lo sabían, siempre vivían atemorizados de que les quitaran las tierras, las trochas… los mayorales; nosotros llegábamos, capturábamos a un mayoral abusador, asesino de esos, fusilado. Eso lo entendía perfectamente el campesino. “Te vamos a dar tierra, no vas a tener que pagar nada, vamos a poner escuela.” Bueno, sí, todo eso es marxismo-leninismo; todas las leyes revolucionarias desde que se empezaron a hacer cooperativas, se empezaron a hacer granjas… La propia ley agraria, si se va a estudiar la reforma agraria por la ley agraria, entonces nadie entendería la reforma agraria.

En la reforma agraria se habla ya de cooperativas. Las cooperativas, el concepto cooperativa se introdujo en la reforma agraria en el avión, cuando se iba para allá, en las modificaciones: vamos a introducir. Se discutía si la tierra se daba en propiedad o en usufructo. Entonces, bueno, la realidad va a ser la misma, pero vamos a poner no en usufructo, vamos a poner —precisamente para que los enemigos no pudieran aprovechar eso— la propiedad de la tierra de la cooperativa. En la realidad lo que tiene la cooperativa es el usufructo de la tierra. Así que un concepto de propiedad equivalente por completo al usufructo, que, en definitiva, es la misma cosa, puesto que la cooperativa no puede vender esa tierra; desde luego que la puede usar y explotar.

Ahora bien, en un momento determinado en un proceso revolucionario, existe lo que se llama —y ustedes lo saben perfectamente bien— la correlación de fuerzas. Entonces hay que actuar teniendo muy en cuenta la correlación de fuerzas. Además, un proceso revolucionario es un cambio, pero no es solamente un cambio de las instituciones; el proceso revolucionario también es un cambio de la mentalidad. En una revolución no solo se hace sino que se enseña, se enseña haciendo y se hace enseñando.

Es decir, no hay que suponer que para que una revolución tenga lugar es necesario que todo el mundo sea, primero que nada, marxista-leninista. No señor. Para que una revolución tenga lugar hace falta que se produzcan las condiciones objetivas que hacen posible una revolución, de acuerdo con la concepción marxista-leninista. De más está decirles que en la historia ha habido muchas revoluciones, y que hubo revoluciones cuando ni siquiera existía la ciencia, la doctrina, o la teoría, la concepción marxista-leninista.

Es decir que solo fue en los últimos tiempos del proceso de desarrollo de la humanidad, cuando una clase revolucionaria, la clase obrera, pudo contar —gracias al esfuerzo de los grandes maestros del socialismo— con una teoría científica, que es un arma muy eficaz para entender, interpretar y, al mismo tiempo, para actuar. Pero los procesos revolucionarios anteriores a la lucha del proletariado contra el capitalismo, no tuvieron previamente una interpretación marxista-leninista. Es decir, los que hicieron esas revoluciones no actuaban con la doctrina marxista-leninista en la mano. Fue el marxismo-leninismo el que vino a explicar el porqué de esas revoluciones; igual que después vino, por ejemplo, la física y explicó la Ley de la Gravedad. Entonces, por fin, se entendió por qué se caían los cuerpos suspendidos en el espacio, por qué caían. Se vino a descubrir eso cuando Newton, no sé en qué año, por sus investigaciones, descubrió a qué se debían las caídas de los cuerpos. Pero los cuerpos venían cayéndose desde hacía milenios de años, en virtud de la Ley de la Gravedad, aunque la gente no se explicara por qué se caían los cuerpos.

De la misma manera, la revolución vino sucediéndose a través de la historia de la humanidad, desde los tiempos antiguos, aunque nadie todavía hubiera explicado cabalmente por qué ocurrían las revoluciones, y cómo se desarrollaba la sociedad humana, cuáles eran sus causas.

Marx y Engels descubren el porqué de las revoluciones, descubren la razón de la marcha de la sociedad humana, de la misma manera que Newton descubre la Ley de la Gravedad. Pero venían sucediéndose revoluciones, y la gente actuaba de acuerdo con esas leyes inconscientemente. Solo después, solo en esta última etapa de la revolución, en la última etapa de la lucha en la historia de la humanidad, los hombres actúan no como juguetes inconscientes de las leyes de la historia, sino que actúan de acuerdo con esas leyes de la historia, y conociendo esas leyes de la historia, interpretando esas leyes de la historia; y no solo actuando inconscientemente, sino actuando conscientemente de acuerdo con las leyes de la historia.

Ahora, inconscientemente se produjeron las revoluciones en la antigüedad. Los esclavos que se sublevaron, dirigidos por Espartaco, contra los esclavistas romanos, estaban actuando de acuerdo con una ley histórica, de acuerdo con el principio de la lucha de clases. Era una clase explotada, los esclavos, que estaban luchando contra los esclavistas. Los campesinos que se sublevaron en la Edad Media, también ellos estaban actuando de acuerdo con la ley de la historia, se estaba cumpliendo en ellos el principio también de la lucha de clases y la evolución de la sociedad humana a través de la lucha de clases.

Es decir que desde los tiempos más remotos ya los hombres estaban actuando de acuerdo con esas leyes de la historia. Pero ellos no lo sabían, ellos actuaban inconscientemente de acuerdo con esas leyes.

Ahora bien, en la etapa primera de la Revolución Cubana, pues también la conciencia de una serie de leyes de la historia, la gran verdad de la teoría de la lucha de clases, la gran verdad de la inevitabilidad de la superación del actual sistema capitalista, eso lo sabía una minoría consciente del pueblo. Nosotros que teníamos en nuestras manos… ¿Cuál era la gran ventaja?, ¿qué era lo que nos distinguía a nosotros de un liberal burgués?, ¿qué es lo que nos distinguía de la otra gente, que organizaba conspiraciones con los militares, y una serie de cosas? Pues nos distinguía una serie de conocimientos sobre varios principios fundamentales, varias verdades elementales del marxismo-leninismo. Es decir que nosotros teníamos esos conocimientos.

Si nosotros no hubiéramos conocido ni creído la teoría de la lucha de clases, pues sencillamente no hubiéramos podido actuar, habríamos actuando incorrectamente, habríamos sido arrastrados al fracaso si hubiésemos desconocido eso.

Si nosotros, por ejemplo, hubiésemos desconocido que el Estado capitalista y sus instrumentos, el ejército, los funcionarios, los partidos reaccionarios, que ese Estado había que cambiarlo, que no puede haber revolución si ese Estado no es demolido y sustituido por un Estado nuevo que represente los intereses de la revolución, habríamos estado descalificados para actuar y hubiéramos fracasado.

Por ejemplo, una lectura que en mis años de estudiantes influyó mucho fue el libro sobre “El Estado y la Revolución”, donde daba esa explicación cabal de cómo ese aparato de fuerza… que mientras el aparato de fuerza en el cual se sustenta la clase dominante, la clase explotadora, no sea destruido, sencillamente no puede haber revolución.

Esa fue la concepción que nos hizo combatir incesantemente la idea de la conspiración con los militares; fue la que nos hizo, incluso cuando nosotros éramos solo ciento y tantos hombres, escribir un artículo contra los militares. Decían que estábamos locos, que íbamos a hacer imposible que se cayera Batista nunca, que a Batista lo que le convenía era eso porque unía al ejército. Nosotros entendíamos que era mucho mejor una revolución contra el ejército y una revolución que liquidara ese aparato militar, antes que una revolución con ese aparato militar, porque la historia de América Latina nos enseñaba que el aparato militar, muchas veces siendo ese aparato militar el causante de la explotación, servía como instrumento también para engañar a las masas explotadas, que atribuían su explotación no a una clase, sino que atribuían su miseria, su pobreza, a la acción de gobernantes corrompidos, cuando realmente aquello no era más que consecuencias de un régimen de explotación.

Y venía el ejército, quitaba aquellos individuos, y muchas veces los propios ejércitos, mantenedores de la dominación, cuando quitaban a los individuos confundían a las masas, hacían abrigar falsas esperanzas, y entonces ese mismo ejército era el que se encargaba —una vez apaciguados los ánimos— de mantener el régimen de explotación, que es en definitiva lo que les importa a los políticos de la clase explotadora.

Esa idea de que había que destruir el aparato militar, fue una idea fundamental que sin ella hubiéramos estado descalificados para actuar como revolucionarios; la idea de la lucha de clases, la idea de que son las masas las que hacen la historia, la idea de que solo con las masas se podía conquistar el poder. Lo demostraba el hecho mismo de que nosotros no nos preocupábamos cuántos éramos; nosotros nos preocupábamos por crear las condiciones por arrastrar a las masas hacia una lucha basados en las condiciones existentes de explotación.

El pueblo era explotado, pero muchas veces una gran parte del pueblo no comprendía perfectamente bien a qué se debían su miseria, su pobreza, la falta de escuelas, la falta de hospitales, la falta de fábricas, la falta de trabajo; sufrían todo eso. Muchas veces se lo atribuían a los malos gobiernos. Pero es que aquellos gobiernos no podían ser buenos de ninguna manera; aquellos gobiernos, desde Estrada Palma hasta el último, eran gobiernos que representaban los intereses de una clase dominante, de una clase explotadora.

Pues así, había mucha gente que se sublevaba contra todo eso, pero no tenía una conciencia clara de dónde estaba la raíz de todo eso.

Las condiciones objetivas existían. Bien. Basados en ese conocimiento de esas realidades fue que nosotros actuamos. La Revolución Cubana, se puede decir, que es una prueba cabal, absolutamente cabal, de toda la verdad que encierra la concepción marxista-leninista de la sociedad y de la historia. Sin esas verdades fundamentales no habríamos ni empezado siquiera, sin esas verdades fundamentales habríamos tomado una serie de caminos equivocados.

Bien, ¿nosotros éramos marxista-leninistas cabales? No, no éramos marxista-leninistas cabales. Yo era, por ejemplo, un tipo de marxista leninista que me había aferrado a unas cuantas ideas que había tomado del marxismo-leninismo en mi etapa de formación —y, por cierto, era una etapa de formación—, una serie de cosas que creí como verdaderas fundamentales, y ajusté la acción a esas verdades fundamentales. Yo creo que el revolucionario cabal se va haciendo a través de los años; y cualquiera de nosotros que todavía creyera que es un revolucionario cabal, tendría primero que hacerse una fuerte autocrítica, un análisis de toda su actuación, su conducta, su comportamiento, su cumplimiento, para entonces ver si se siente satisfecho cuando se dé respuesta a todos los defectos que, aun cuando nos creemos muy revolucionarios, nos quedan todavía. A veces podemos creernos muy revolucionarios, pero todavía nos faltan muchas cosas que aprender de la Revolución.

Y es la gran verdad que mientras más estudiamos, más penetramos en el fondo de los problemas, más comprendemos la historia y todo lo que ha sido la historia de abusos, injusticias y explotación; más conocemos el imperialismo, no teóricamente, sino porque estamos constantemente soportando sus ataques, sus agresiones, sus felonías; como cuando vemos que desembarca un grupito, que trata de infiltrarse para volar barcos, volar puentes; cuando vemos que asesinan a un brigadista que está enseñando; cuando vemos que nos lanzan una invasión; cuando vemos las medidas que toman para que no podamos comprar ni siquiera el aceite… ustedes ven que ha habido últimamente problemas de aceite. Pero es que la lucha de ellos contra nosotros es una lucha incansable: en dondequiera que puede golpearnos, en cualquier punto sensible, no descansan hasta hacerlo.

La comprensión de todas esas cosas, el vivir todas esas cosas, tienen que hacernos a todos, y a cada uno de nosotros, más revolucionarios cada día. ¡Yo digo que hoy soy más revolucionario que ayer, y estoy seguro de que mañana seré todavía más revolucionario que hoy! (APLAUSOS.)

¿Qué nos hace ser más revolucionarios? ¿Qué nos hace sentirnos más revolucionarios? ¿Qué nos hace sentir más apasionadamente la Revolución? Sencillamente el conocimiento, cada vez más a fondo, de la Revolución; el conocimiento, cada vez más a fondo, de los problemas revolucionarios; el conocimiento, cada vez más a fondo, de la teoría revolucionaria; el conocimiento, cada vez más a fondo, de la doctrina revolucionaria. Porque aun cuando muchos problemas ya para nosotros han tenido una explicación cabal, todavía quedan muchos otros de los cuales ni siquiera nos hemos preocupado y sobre los cuales no tenemos una explicación cabal, y que, al contacto con los libros, en el estudio, vamos encontrando cada día más una explicación para cosas que muchas veces ni siquiera nos las habíamos planteado; pero que nos hace ver cada vez más la riqueza de toda la concepción marxista-leninista de la sociedad, de la naturaleza y de la historia, y cómo tiene una explicación para absolutamente todos los problemas que se pueda plantear la inteligencia humana, y cómo tiene una explicación satisfactoria, y cómo es una doctrina viva, cómo no es un esquema muerto, cómo es un cuerpo de conocimientos que día a día se va enriqueciendo, cómo no solamente nos brinda a nosotros el caudal de conocimientos, de investigaciones, de descubrimientos que hicieron los grandes maestros, los que hicieron los grandes discípulos de esos primeros maestros del socialismo, el aporte que han realizado cientos de millones de hombres. Porque aquella doctrina, aquella explicación que empezó siendo el fruto del esfuerzo de dos grandes maestros, dos grandes filósofos, dos grandes historiadores, dos grandes economistas, dos grandes sociólogos —que fueron Marx y Engels—, al que después se le sumó el gran caudal de conocimientos que aportó Lenin, después se le sumó el gran caudal de conocimientos de cientos de millones de seres humanos que han ido trabajando en el socialismo y han ido adquiriendo una experiencia extraordinaria.

Por eso se enriquece el marxismo: porque al aporte de los primeros hombres, ya se suma el aporte de millones de hombres; es la experiencia de colectividades enteras trabajando por ese camino, que todos los días encuentran cosas nuevas, descubren cosas nuevas, y van enriqueciendo toda esa filosofía.

Les voy a decir que uno de los problemas que nosotros teníamos en nuestra primera etapa de la Revolución, era este: había mucha gente buena, bien intencionada, pero que tenían prejuicios, tenían prejuicios anticomunistas, tenían una serie de equivocaciones, tenían una serie de desviaciones. Pero era gente honrada, que se les veía que esa gente, de llegar a tener una bandera justa, correcta, por la cual luchar, se habrían abrazado a ella. Sencillamente, eran personas que no estaban preparadas. De esas había muchas, de esas se descubrían muchas.

Al mismo tiempo, cuando planteaban el problema: “Bueno, ¿cuál va a ser el programa?” Entonces, aparentemente había gente que creía que cuatro gatos pueden, en estos tiempos, hacer un programa revolucionario; a medida que se analice eso, se comprende qué ridícula es la pretensión, que muchas veces nos hemos encontrado, de individuos que intentan hacer una teoría revolucionaria. En primer lugar, la teoría revolucionaria, el inicio del marxismo-leninismo fue obra de dos grandes genios, pero no solo de dos grandes inteligencias; se necesitó, además, que fueran dos hombres de una generosidad sin límites, de un espíritu de sacrificio sin límites, de un amor a la justicia, de un odio a la explotación, sin límites también. Y entonces, se fue acumulando.

Y esa es la gran ventaja, la extraordinaria ventaja del marxismo-leninismo: que ha ido acumulando conocimientos durante 100 años, a extremo de ser hoy una teoría revolucionaria que no admite rival, que posee una superioridad sobre todas cuantas cosas se han escrito, desde el Socialismo Utópico, desde todas aquellas concepciones puramente idealistas de la historia y de la sociedad, hasta las ideas de la burguesía, que son tan endebles ya, son tan inconsistentes, ¡qué jamás un burgués se podrá parar delante de un marxista-leninista a discutir! ¡Jamás un utopista, jamás un idealista ­­—idealista en el sentido no del idealista que concibe un ideal real, posible, sino de idealistas de esos ilusos que no se basan en la realidad, sino que se basan en las ilusiones—, jamás un idealista filosófico de esos podrá discutir contra un marxista-leninista! La endeblez de las ideas se hace cada día más evidente, y se hace cada día más patente en la lucha de las ideas. Porque, desde luego, no por el hecho de que sean endebles van solas a desaparecer, porque cuando se tienen a generaciones de hombres inculcándoles toda una serie de mentiras por todos los medios habidos y por haber, y ese hombre no tiene ni siquiera un rayo de luz que le ilumine la inteligencia y le dé una explicación, es lógico que esa mentalidad resulte completamente confundida, completamente desviada.

Así que hay una teoría que tiene 100 años de existencia, fundada por genios y enriquecida por genios también y, al mismo tiempo, enriquecida por el genio de millones de seres humanos.

Cuando alguien venía a plantear “¿cuándo vamos a hacer un programa?”, en la confusión de no ver el fondo de la Revolución, nosotros pensábamos, para nuestros adentros: “¡Qué poca pretensión el tratar de hacer un programa! ¿Cómo se va a descubrir un programa?” Había mucha gente que tenía la idea de que había que inventar un programa.

¿Cómo inventar un programa político, cuando existe una doctrina revolucionaria fundada hace 100 años, y extraordinariamente enriquecida, que tiene una explicación cabal de todos los problemas que le puedan interesar a un pueblo, de todos los problemas que le puedan interesar a quién tenga una vocación revolucionaria?

Esa es la gran ventaja que tiene el haber llegado al punto en que las contradicciones iniciales se resolvieron. ¿Cuáles eran las contradicciones iniciales del proceso revolucionario? Una revolución, en los hechos, enteramente revolucionaria; una revolución, en los hechos, enteramente marxista, pero que, en su formulación formal, no se presentaba como tal revolución marxista-leninista. Eso era, naturalmente, una contradicción que acarreaba confusiones, problemas; una contradicción que correspondía a una correlación de fuerzas existente en la primera etapa de la Revolución, existente cuando se empezó la lucha armada.

Cuando se empezó la lucha armada, la correlación de fuerza era, prácticamente, de 1 000 a 1 a favor del imperialismo, a favor de los capitalistas, a favor de los latifundistas, a favor de los burgueses todos, a favor de la reacción, ¡de mil a uno!; a medida que creció el movimiento guerrillero, la correlación iba variando; cuando termina la guerra, la correlación había variado considerablemente, pero puede afirmarse que la correlación de fuerzas era todavía favorable al imperialismo, a la reacción, a los capitalistas, a los latifundistas, sencillamente al régimen de explotación existente: ellos tenían todavía todos los vehículos de divulgación de radio o televisión, periódicos, revistas, agencias cablegráficas, en fin, tenían medios que hacían que la correlación de fuerzas aquella todavía fuera superior a esto.

Con el mismo proceso revolucionario, a medida que las leyes revolucionarias van golpeando en su base económica a la clase dominante, y van liquidado los intereses de los propietarios de tierra, de los propietarios de casa, de los propietarios de grandes industrias, y va liquidando la base económica del imperialismo, y va promoviendo un entusiasmo cada vez mayor en las masas, un entusiasmo cada vez más consciente, de manera que aquel entusiasmo que era simple admiración por los hombres que combatían de frente al ejército, simple admiración por la parte épica o epopéyica de la lucha, se va convirtiendo en una adhesión consciente al movimiento revolucionario que va, efectivamente, llevando adelante una firme política contra los explotadores y a favor de los explotados.

De esa manera, con el proceso revolucionario, se fue resolviendo la contradicción. Hoy se ha resuelto esa contradicción; hoy es revolución, de hecho, marxista- leninista y, además, revolución, de derecho e ideológica, marxista-leninista. Esa es la solución, la síntesis —se puede decir­­—, de aquella contradicción de la primera etapa, contradicción que surgía de una desigual correlación de fuerzas ente los revolucionarios y los reaccionarios, entre los explotados y los explotadores. Hoy tenemos una tremenda ventaja, el hecho de poder hacer una revolución ya utilizando todos los recursos de la ideología. En la primera etapa eran los recursos de los hechos: una ley que les dice a los campesinos: “No pague más tierras”, ¡maravilloso!; una ley que les dice a los vecinos: “Paguen el 50% de los alquileres”, ¡maravilloso!; una ley que le dice a la población: “Rebaja de tarifas eléctricas, rebaja de aranceles…”; una ley que le dice a toda la población: “Abiertas todas las playas a todos los hombres, sin distinción de color ni prejuicios de ninguna índole.”

Todas esas medidas eran hechos que iban enseñando. Pero a pesar de que los hechos tienen un gran valor, y los hechos enseñan, y de ahí que se aprenda tanto en una revolución, porque los hechos van acompañando a la teoría, la teoría tiene, al mismo tiempo, un valor extraordinario. Es decir que nosotros teníamos la ventaja de los hechos, pero no teníamos la ventaja de la teoría. Hoy se juntan ya la teoría revolucionaria y los hechos revolucionarios; hoy se puede hacer lo que no se podía hacer en aquellos tiempos; hoy se puede ganar, para el trabajo consciente, a cientos de miles de personas; hoy ya cada cual trabaja con una mucha mayor seguridad… Y entonces el trabajo de instrucción, de divulgación de las ideas revolucionarias, se puede hacer incomparablemente más fácil.

Pues bien: las escuelas son el resultado de esa síntesis en que, por fin, la teoría y los hechos marchan absolutamente identificados, como tienen que marchar. Y por eso ahora, nosotros, a través de las escuelas, vamos a aprovechar los extraordinarios recursos de la teoría revolucionaria, los extraordinarios recursos de la teoría, de manera que cada persona comprenda el porqué de los hechos, y comprenda la teoría de la Revolución, la ideología de la Revolución; comprenda el porqué de los problemas sociales, de los problemas nacionales, de los problemas internacionales, de todos los problemas.

Y entonces, el empuje de la Revolución, con el avance de la ideología revolucionaria, será extraordinario.

También nosotros podremos disfrutar de la ventaja de que serán más y más los hombres y las mujeres que conscientemente se sumarán a la obra revolucionaria.

En un principio, estábamos haciendo socialismo, en muchos casos, con pequeñoburgueses; porque una granja del pueblo administrada por un individuo con mentalidad pequeñoburguesa, era un tremendo dolor de cabeza, porque la mentalidad esa va acompañada de despilfarro, falta de sentido de planificación, falta de toda una serie de elementos que son indispensables para que marche bien una institución socialista.

Ahora llegaremos al punto en que cada cual que esté en una granja del pueblo, en una cooperativa, en cualquier tarea de la Revolución, estará actuando con una clara conciencia de lo que está haciendo y con una mentalidad revolucionaria. La tarea de las escuelas, la fundamental tarea de las escuelas es, sencillamente, la formación ideológica de los revolucionarios y, a su vez, del pueblo.

En ese sentido, ya hoy se tienen los frutos del trabajo de este año de instrucción revolucionaria, porque han pasado o están pasando ya … han pasado más de 20 000, y entre los que han pasado por las escuelas y los que están estudiando actualmente hay unas 30 000 personas. Eso significa un impulso tremendo a la ideología revolucionaria.

Desde luego, el pueblo va aprendiendo; el pueblo va aprendiendo en cada folleto, en cada discurso, en cada hecho, se puede decir que hay millones de personas que hoy entienden muchos de los problemas del marxismo-leninismo. Pero la escuela significa el estudio sistemático, eso es lo que significa la escuela. Y el estudio sistemático tiene una gran ventaja sobre el aprendizaje empírico del trabajo diario y de la lucha de todos los días, porque entonces los conocimientos se sistematizan y se profundizan. Y por eso, todo el que abre un libro, un manual, recibe sorpresa desde el primer momento; entonces empieza a encontrar muchas de las explicaciones todavía más claras de cosas que veía más o menos claras. A veces va encontrando cosas sobre las cuales ha pensado enteramente con anterioridad. Y a mí a veces me ha pasado, estar leyendo un manual y encontrarme algunas cosas que tal parecía que había leído antes el manual y después había hablado; a veces me he encontrado una coincidencia tan grande entre alguna cosa expresada producto de la experiencia y lo que se ha leído, que parecía talmente que primero se había leído aquello y se había dicho.

Siempre que uno se encuentra con eso, naturalmente, se siente satisfecho. ¿Por qué? Porque ve que la orientación, el análisis que se ha estado haciendo es una verdad, es acertado, y recibe esa seguridad sobre todo cuando se encuentra muchas de esas cosas pensadas o dichas, expresadas en un manual. Porque, al fin y al cabo, esos manuales también expresan experiencias que han tenido otros pueblos y otros hombres.

¿Por qué tiene tanta importancia que aprenda el pueblo? En primer lugar, desde luego que todo eso fortalece a la Revolución, hace revolucionarios conscientes. Un revolucionario consciente de lo que está haciendo será más útil en todos los órdenes que un revolucionario que tenga mucho entusiasmo, mucha buena fe, pero que no comprenda. Lógicamente, en dondequiera que se encuentre ese revolucionario consciente, en cualquier tarea política, administrativa, económica, militar, será incomparablemente superior a aquel que puede tener el entusiasmo pero no puede tener la comprensión y el conocimiento de los problemas.

Bien, todo eso es muy importante. Cualquiera se responde: “Bueno, es necesario que todo el pueblo sepa, para que la Revolución sea más fuerte, para que la Revolución pueda resistir al imperialismo, para que la contrarrevolución no gane adeptos, para que la contrarrevolución sea cada vez más débil”, todas esas cosas. Bien, eso es muy importante, porque eso tiene que ver con la existencia misma y la vida de la Revolución; pero hay algo más importante todavía que todo eso: la instrucción revolucionaria no es una cosa de aficionados, no se trata simplemente de satisfacer una curiosidad de saber, no se trata de llevar a la mente de las personas una enseñanza para que sepan más; se trata de que la divulgación de las ideas revolucionarias incorpora a la tarea creadora de la Revolución a las masas. No se enseña simplemente para satisfacer una curiosidad, se enseña para ganar una inteligencia y un esfuerzo a la tarea de hacer la Revolución, a la tarea de crear la Revolución.

¿Por qué? Porque la Revolución es obra de las masas. La Revolución tiene que ser la obra de las masas; la Revolución tiene que aprovechar el caudal de energía de millones de personas, el caudal de inteligencia de millones de personas. No se trata de que esto se afirme sencillamente porque aparezca dicho en un manual, no señor; esto es una gran verdad, esto es una verdad que constantemente la estamos viendo.

A veces, para ver mejor las cosas sirve un ejemplo concreto, y les pongo el caso de las muchachas de corte y costura. Bien: Vamos a enseñar a algunos miles de muchachas de corte y costura. ¿Cuántas maestras hay de corte y costura? Se reúnen unas 300 ó 400 maestras, que saben; se les dan algunos cursos previos, se preparan, y ya se cuenta con 400 para enseñar a varios miles. Bueno, se contaba con unas 30 ó 40 para enseñar a las primeras 1 000. Cuando ya no eran 1 000, sino varios miles, se utilizaron varias de las muchachas que habían aprendido en esa primera escuela, ya se utilizaron como maestras de las otras; es decir que ya no eran 40, ya eran varios cientos. Entonces, esos varios cientos enseñaron a más de 10 000. Ahora, esas 10 000 se van y enseñan a 100 000.

Bien. ¿Se puede comparar la posibilidad educacional en potencia, el esfuerzo de 40 personas, con el esfuerzo de 10 000 personas? Cuando se han incorporado 10 000 personas, pues la fuerza y la posibilidad de la Revolución han crecido extraordinariamente, porque ya son 10 000 enseñando. Bien. ¿Era lo mismo alfabetizar al pueblo con 20 000 maestros que movilizando 100 000 brigadistas y movilizando 100 000 alfabetizadores más? No era posible con 20 000 maestros realizar una proeza de esa naturaleza. ¿Cómo se puede realizar esa proeza? Sencillamente, con las masas. ¿Se quiere ejemplo más claro que ese de lo que es la fuerza, y la potencia, y la capacidad creadora de las masas?

Ahora bien: ¿Puede atribuírsenos a nosotros, a los dirigentes de la Revolución, la campaña de alfabetización? ¿Podíamos un grupo de dirigentes alfabetizar a 700 000 personas? ¿Hemos sido nosotros, los dirigentes, los que hemos alfabetizado 700 000 personas? No. Eso es una ficción. Cualquiera dirá: “¡Miren qué mérito tienen los dirigentes revolucionarios, qué gobierno, que ha alfabetizado!”

Pues, ¿dónde está la realidad del problema?, ¿dónde está la gran verdad? No hemos sido nosotros los que hemos alfabetizado a 700 000 personas, fueron las masa de brigadistas las que alfabetizaron a las 700 000 personas, ¿quién puede dudar eso? Luego, no son los dirigentes los que hacen la historia, son las masas las que hacen la historia.

Fueron las masas las que enseñaron miles de maestras; esos miles de maestras van a enseñar, posiblemente, cientos de miles. Fueron las masas las que alfabetizaron a ese pueblo; ahora, ese pueblo alfabetizado duplica su esfuerzo, duplica su cultura, duplica su conciencia revolucionaria, y se lanza hacia nuevas tareas.

Los dirigentes actúan interpretando correctamente las leyes de la historia, las leyes del marxismo-leninismo, la concepción marxista-leninista, aplicada a cada situación concreta. Los dirigentes tienen un papel, eso es incuestionable, el marxismo-leninismo no niega el papel que tienen los dirigentes. Pero la gran verdad, y lo que nos interesa señalar aquí, es que son las masas las que hacen la revolución, son las masas las que hacen la historia. Y entonces, cuando se plantea que las masas aprendan, que las masas aprendan marxismo-leninismo, que las masas adquieran una ideología revolucionaria, estamos haciendo en el orden más importante, que es en el orden ideológico, lo mismo que estamos haciendo en todos los demás órdenes: cuando hacemos maestras de corte y costura, cuando alfabetizamos a cientos de miles de gente, cuando preparamos maestros, técnicos, granjeros; en fin, estamos entonces preparando ideológicamente a las masas.

Y entonces, de la misma manera que no habría nada que pudiera suplir el esfuerzo de 100 000 brigadistas, no habrá libro, no habrá dirigentes, que puedan sustituir el esfuerzo de decenas de miles, de cientos de miles de revolucionarios formados ideológicamente. De la misma manera que 100 funcionarios del Ministerio de Educación no habrían podido alfabetizar, es decir, realizar una obra equivalente a enseñar 1 000 personas, de la misma manera, los dirigentes revolucionarios jamás podrán hacer la obra revolucionaria de cientos de miles de revolucionarios.

Y de eso se trata. La Revolución tiene que incorporar a las masas, las masas poseen una fuerza extraordinaria, un caudal de energía extraordinario, un caudal de experiencia extraordinario. Y eso se comprende no solamente en estos ejemplos, en cualquier cosa. Piensen en los trabajos de los que están, por ejemplo, en el campo, a las 12:00 del día, recogiendo malanga; los que están cuidando el ganado, los que lo están transportando, los que lo están sacrificando, los que lo están repartiendo; los que trabajan en las fábricas de tejidos, los que trabajan en las fábricas de zapatos, los que trabajan en las imprentas de los periódicos, los que están produciendo todas las cosas que nosotros estamos consumiendo. Piensen que sin ese trabajo de la masa, ¡ni podríamos estar siquiera reunidos aquí! A ustedes los han transportado aquí los obreros de los servicios de transportes, los maquinistas de los ferrocarriles, o de los aviones, o de los ómnibus; han estado en los hoteles, se han podido reunir. Se puede hacer todo esto, sencillamente, por el trabajo creador de las masas, por el trabajo productor de las masas, sin lo cual este trabajo nuestro ni siquiera podría realizarse. Este trabajo se realiza sobre la base de las masas.

Son las masas las que nos visten, nos calzan, nos alimentan y nos sirven. Luego, las masas están ahí, en el fondo de toda la obra de la Revolución, en el fondo de toda la obra de la historia. ¿Quiénes son los que niegan eso? Los reaccionarios, los individuos que predican la tesis de los superprivilegiados, de los superhombres, de los superescogidos. ¿Por qué? Porque en la ideología de los explotadores le conviene negar por todos conceptos a las masas, y es precisamente la ideología revolucionaria la que reivindica el papel que en la historia tienen las masas, y en el desarrollo de la historia, y en el avance de la humanidad.

Si se comprende eso, se tendrá entonces una apreciación correcta del valor extraordinario que significan las escuelas de instrucción revolucionaria.

Ahora bien, resulta que todas estas ideas las conozca el pueblo; eso le da al pueblo más confianza, eso le da la pueblo más seguridad, a cada hombre, le da un sentido de su extraordinaria importancia; porque entonces cada hombre piensa: “No, ¡la Revolución la tengo que hacer yo también, yo estoy obligado a hacer la Revolución!” No voy a dejar que estos problemas los resuelvan los jefes, los dirigentes, los administradores, sino cada cual en el sitio en que se encuentra, está conscientemente trabajando por la Revolución, haciendo la Revolución.

Es muy importante que de las escuelas de marxismo–leninismo, o de las escuelas de instrucción revolucionaria, salga cada alumno con una idea clara de lo que es el marxismo–leninismo. No con un conocimiento cabal y profundo, ese conocimiento lo irá adquiriendo a lo largo de años, ese conocimiento tenemos que irlo adquiriendo todos nosotros a lo largo de años. Es importante que por lo menos conozcan el abecé, es importante que por lo menos conozcan los principios fundamentales y salgan con una orientación, para que continúen en su trabajo de desarrollo intelectual revolucionario.

Es importante, sobre todo, que entiendan que el marxismo–leninismo no es una doctrina muerta, que no es un catecismo, que no es un esquemita, que llega y se le pone a cualquier problema; que no se trata de una serie de uniformes o de modelos de vestidos que se escogen para este caso o para el otro caso, sino que es un método, es una guía, es un instrumento que, precisamente, tiene que usarlo el revolucionario en la solución concreta de los problemas que se le presentan. Es una doctrina viva, que el individuo lo arma, lo prepara, lo capacita, lo lleva a resolver adecuadamente los problemas; de lo contrario, se vuelven revolucionarios dogmáticos, de lo contrario se vuelven cerebros muertos, y los cerebros tienen que ser cerebros vivos, para aplicar fórmulas vivas a cada problema concreto que tienen.

Con esta idea deben salir todos los que pasan por las escuelas, con el propósito de pensar, de razonar de acuerdo con el método dialéctico de análisis de los problemas. Es decir que los hombres, los compañeros, tienen que salir de las escuelas con esta concepción: “No crean que van a aprender un formulario o un recetario, sino que van a preparar su inteligencia, su cuerpo de conocimientos, sus conceptos, que van a estar armados de normas y de métodos, para aplicarlos a la vida real”; porque la vida real es variada, y ustedes mismos habrán leído en la introducción de cualquier libro de marxismo–leninismo que la materia es infinita, y que al mismo tiempo es infinitamente variada. Todo lo que se van a encontrar en la vida es, sencillamente, infinitamente variado, y ahí es donde tienen que aplicar ustedes la inteligencia, el método, las normas adecuadas para solucionar esos problemas.

Es necesario que cada marxista–leninista comprenda que él puede contribuir al marxismo–leninismo con un átomo de su experiencia, que cada solución que él encuentre, cada experiencia que él adquiere, en la solución correcta de un problema, será una experiencia más con la cual enriquece al marxismo–leninismo, porque el marxismo–leninismo se ha enriquecido tanto precisamente por la experiencia de millones y millones de marxista–leninistas actuando en la realidad de la vida. Además, la idea que deber tener cada marxista–leninista de que los problemas son infinitos, de que los problemas son variados, y de que constantemente la vida nos irá presentando delante nuevos problemas, nuevas tareas.

Nadie debe desconsolarse pensando que se acaban los problemas de la vida, y que la vida se va a volver horriblemente aburrida, porque todo va a estar resuelto, todo va a estar hecho. Falso; a cada etapa que alcance la humanidad, a cada logro que conquiste la humanidad, se le presentarán delante nuevas metas, nuevas aspiraciones, nuevos logros, claro, que ya no se parecerán en nada a los problemas actuales que tiene la humanidad, el primero de los cuales es, sencillamente, abolir la explotación del hombre por el hombre y liquidar todas las trabas que impiden el desarrollo de la sociedad humana; pero siempre la sociedad humana tendrá nuevos y nuevos problemas.

Nosotros los revolucionarios, en este momento, tenemos nuestro problema; dentro de 10 años, los revolucionarios tendrán otros problemas; dentro de 20 años, los revolucionarios tendrán otros problemas, y dentro de 30 y dentro de 40; eso lo demuestra la misma historia de la Unión Soviética, cómo son tareas nuevas y nuevas tareas y problemas que hay que ir superando, y por eso el proceso de aprendizaje tiene que ser también constante. Sin duda que la educación política y revolucionaria que tendrá el pueblo dentro de 20 años, será incomparablemente superior a la nuestra; sin duda que los defectos que tendrán, serán inferiores a los que nosotros tengamos ahora.

Ahora, claro, nosotros tenemos que mantener una cosa para el futuro; que ese incentivo revolucionario, ese afán de luchar, de crear, de hacer, se mantenga y no se duerma nunca, y no tiene por qué dormirse; porque en las revoluciones anteriores a la revolución socialista, lo que mataba al cabo de algunos años el impulso inicial de las revoluciones era, sencillamente, el régimen de explotación de unas clases por otras, y entonces la explotación traía como consecuencia que mataba el entusiasmo, mataba el ánimo, lo mataba todo.

Cualquiera que vea ahora el problema, de la discusión del programa para la construcción del comunismo en la Unión Soviética, se da cuenta de que allí hay un entusiasmo renovado; parece como si se hubiera despertado todo el espíritu revolucionario en el año 1917. Es decir que se lanza a una tarea nueva con el entusiasmo fresco con que se lanzaron a la primera tarea; eso no obstante los problemas que se derivaron de una serie de vicios que han sido conceptuados como los vicios inherentes al culto de la personalidad, en todos estos años de la construcción del socialismo.

Es decir que han logrado, al cabo de 40 años de revolución, presentarse a la realización de una tarea, con el entusiasmo revolucionario de los primeros años, y no me queda la menor duda, porque creo firmemente que lo que se puede hacer con una aparato se puede hacer diez veces mejor, cien veces superior, cuando está actuando la masa y está creando la masa, cuando el aparato es, sencillamente, el incentivo, la dirección y el estímulo del trabajo de las masas.

Vean ustedes qué entusiasmo en la Unión Soviética —a pesar de todos aquellos problemas—, ese entusiasmo renovado en esta nueva fase. Cuando se leen las discusiones que han tenido lugar en el último Congreso, la participación de koljosianos, de dirigentes de sovjoses, de empresas, de planificadores, de educadores, de artistas, de trabajadores en todos los niveles manuales e intelectuales, se puede apreciar allí cómo, de verdad, está en efervescencia el espíritu de trabajo de millones de personas.

Ahora les voy a decir una cosa: ni con represión, ni con castigo, ni con medidas de ninguna índole, se logran rectificar errores como se pueden rectificar por el esfuerzo de las masas. No hay instrucción, no hay directiva, no hay exhortación para que este problema no se haga así, sino de otra manera, que se pueda lograr su cumplimiento como se logra cuando se acude a las masas. Hay veces que se reúne un grupo de ministros, se discuten una serie de instrucciones, se acuerdan, y ni siquiera se cumplen; en cambio, cuando cualquier problema se lleva a las masas, entonces en cuando cualquier problema se resuelve.

En la misma campaña de alfabetización, durante los primeros meses avanzaba, pero avanzaba lentamente. ¿Cuándo la campaña de alfabetización se cumple? Sencillamente, cuando todo el mundo se apodera de esa campaña: Jóvenes Rebeldes, sindicatos, Comités de Defensa, Federación de Mujeres… Cuando todas las organizaciones de masa hacen suya la campaña y se convirtió en un problema de honor de todas las fábricas, de todas las asociaciones, de todas las organizaciones de masa, entonces la campaña cobra un ritmo inusitado, sorprendente para nosotros mismos, porque empieza a rodar, empieza a ganar fuerza, y de repente, cuando se puede mirar lo que ha ganado una idea, es verdaderamente asombroso.

De la misma manera, nosotros podemos lanzar mil ideas a través de un aparato administrativo de que se organicen, por ejemplo, pequeñas estaciones de investigación en las granjas; bueno, podemos hacerlo mil veces; puede ser que al cabo de un año haya 20 granjas —de 600— que tienen una estacioncita de investigación. ¡Ah!, pero cuando ese planteamiento se hace a todos los trabajadores de todas las granjas del pueblo, y se lanza la consigna de organizar brigadas de obreros de vanguardia para llevar a cabo todo eso, entonces es muy posible que dentro de un año, no haya una sola granja que no tenga una pequeña estación experimental y que no tenga un grupo de obreros de vanguardia. Trátese de obtener esto a través de administración nacional, a través de circulares, a través de un trabajo administrativo; no se lograría nunca, sin embargo, se logra con las masas.

Todos los vicios hay que combatirlos con las masas. Los métodos de administración individualistas, la falta de método colectivo, hay que ir a las masas y plantearlo; la falta de espíritu técnico, hay que ir a las masas y plantearlo; la falta de contabilidad, hay que ir a las masas y plantearlo. Cuando las masas tienen todas esas ideas y todas esas consignas en sus manos, no hay quien se pueda resistir al cumplimiento de esas normas. Ni la represión, ni el castigo…. Hay que aplicar castigo, naturalmente —algún tipo de castigo—- al que no cumpla, algún tipo de sanción, pero, a la larga, nada logrará tan buenos efectos como cuando se realiza con el apoyo de las masas y acudiendo a las masas.

Eso en todo, hasta en la represión frente a los contrarrevolucionarios. Hoy la represión, el terror aplicado a los contrarrevolucionarios, es una cosa que es de toda la masa del pueblo. ¿Habría sido lo mismo que todas las medidas de fusilamiento, las medidas drásticas, hubiesen emanado de directivas del Gobierno Revolucionario, sencillamente porque, analizando las cosas teóricamente, llegara a la comprensión de que había que hacerlo para defender a la Revolución, sin que lo comprendieran las masas? Puede ser que entonces los fusilamientos hubieran caído odiosos; porque siempre cayó odioso el fusilamiento; porque el fusilamiento, a todo lo que lo habíamos asociado nosotros… a: fusilado tal patriota, fusilado tal otro patriota, fusilados los estudiantes de 1871; eran los fusilamientos que hacían los explotadores contra los explotados que se rebelaban, y representaban todo el abuso de fuerza, el poder colonial, todas esas cosas.

Sin embargo, hoy se está aplicando a los contrarrevolucionarios medidas drásticas, el exterminio de cuanto contrarrevolucionario aparezca combatiendo con las armas a la Revolución, de cuanto gusano se infiltre aquí.

Entonces, esa medida, ¿de dónde emana? Emana de una convicción de todo el pueblo; es todo el pueblo el que demanda eso; es todo el pueblo convencido de eso. Pues, sencillamente, ahí tienen otro ejemplo.

Si la dirección revolucionaria se adelanta por encima del sentimiento de la masa, o por encima de la convicción que tiene la masa sobre la aplicación de determinada medida, entonces eso habría sido un error. Sin embargo, ¡qué distinto es por completo cuando es ya la masa la que reclama esa medida, la que demanda esa medida, la que promueve esa medida! Pues entonces, el resultado es que, sencillamente, los contrarrevolucionarios aquí van a desaparecer, porque entonces están luchando contra una cosa que es muy seria: están luchando contra el veredicto de todo un pueblo, contra las medidas que en nombre de todo un pueblo se toman contra ellos.

De ahí que tenga tanta importancia, compañeros, el trabajo de la instrucción revolucionaria; el trabajo de la divulgación de las ideas revolucionarias; la importancia que tiene ahora y tendrá siempre, porque nosotros tenemos que mantener vivo el entusiasmo revolucionario, que ese entusiasmo sea cada vez mayor, que ese entusiasmo nazca de los pioneros, siga en los Jóvenes Rebeldes, en los círculos de instrucción, continúe después en los centros de trabajo. Porque no hay ninguna contradicción que permita, o que explique, o que origine el debilitamiento de ese entusiasmo ni la muerte de ese entusiasmo, porque estando en estado de desaparición toda forma de explotación, el resultado será que cada día existirán mejores condiciones para que todos esos alicientes se despierten en el pueblo.

Y no tiene por qué en la Revolución Cubana existir absolutamente nada que mate ese aliciente. Además, piensen lo sólida que será la Revolución cada vez más, en la misma medida en que está en manos de millones de cubanos el destino del país, el destino de la Revolución, el porvenir de la patria; cómo se sentirá cada vez y cada día más seguro el pueblo con eso.

Y ese es, a mi entender, el mayor valor que tienen las escuelas de instrucción revolucionaria. Yo no les voy a hablar más, simplemente quería aprovechar estos minutos de que disponía para plantearles estas cosas y exhortarlos a ustedes, que están trabajando en ese campo, a que estudien.

El deber más importante que ustedes tienen, para poder precisamente instruir mejor y trabajar mejor en las escuelas, es el superarse ustedes mismos. ¿Hay alguno aquí que crea que ya no tiene que estudiar más? (EXCLAMACIONES DE: “¡No!”) Bueno, pues ustedes lo que tienen es todos ir adquiriendo una biblioteca, volviendo a leer todos los libros que se han leído, porque la segunda vez se le saca más jugo que la primera, la tercera se le saca más jugo que la segunda, y la cuarta más jugo que la tercera (APLAUSOS).

Lo que hayan leído, volverlo a leer, volverlo a estudiar; lo que no hayan leído, leerlo; lo que no hayan estudiado, estudiarlo; y cada vez ampliar más los conocimientos. Y hay que estudiar de todo; primero lo básico, lo fundamental, y después ir extendiendo los conocimientos a medida que las posibilidades se les presenten.

¿Cuántas veces no pasamos nosotros por las bibliotecas y vemos tantos libros, y a veces sentimos deseos de leer no solamente todas las obras que hablan de problemas revolucionarios y políticos, sino todas las obras clásicas de la literatura universal? Y nosotros pensamos: ¿Para qué están esos libros ahí, si no tenemos ni tiempo para leerlos?

Por ahí había una idea de unos bibliobús en el Consejo de Cultura, y a mí me hizo mucha gracia cuando me explicaron que estaban pidiendo unos bibliobús. Yo decía: “Bueno, ¿pero los bibliobús, para qué son?, ¿es que van a llevar un bibliobús a un parque de 4:00 a 6:00 de la tarde?, ¿y es que hay algún ciudadano que se pueda leer El Capital en un parque de 4:00 a 6:00 de la tarde, esperando a que llegue el bibliobús? Yo no entendía; no quiere decir con esto que esté condenando el bibliobús, yo pedía nada más que me explicaran qué era un bibliobús, y para qué se utilizaba. Después vino la teoría de que era para llevar libros a las bibliotecas y sustituirlos; bueno, eso es un camión de transporte de libros, pero no es un bibliobús; pero, me hacía gracia.

Nosotros tenemos que fomentar la formación de bibliotecas, primero con todas las obras clásicas, obras fundamentales, las obras más claras. Es indiscutible, que tan pronto la imprenta nacional esté funcionando e imprima toda una serie de libros… porque hay algunos libros que son mejores que otros; hay algunos manuales que explican las cosas más claras que otros, son más asimilables; y siempre en esto es elemental ir de lo sencillo a lo complejo, de lo más fácil a lo más difícil. Pero es bueno ir fomentando el mayor número de bibliotecas posible; primero los de las escuelas; los libros de ustedes también, donde ustedes trabajen, y estudien; las bibliotecas en las cooperativas, en las granjas.

Sería bueno que se fuera fomentando alguna lista de libros, se hiciera un esfuerzo por la escuela de instrucción revolucionaria con la imprenta nacional para que se vayan formando decenas de miles de bibliotecas; decenas de miles de bibliotecas en dondequiera: en las fábricas, en los círculos, en las cooperativas, asociaciones campesinas, en los Comités de Defensa, en todas partes se vayan formando bibliotecas, con libros sobre cuestiones revolucionarias, con literatura revolucionaria. Porque también hay una forma de explicar, y nos enseña el cine, la literatura, el arte; todas esas son formas de ir creando también cultura política y revolucionaria.

Pero sobre todo ustedes, deben de tratar de especializarse. El compañero Lionel nos explicaba que uno de los problemas que tiene es que luego le cambian los cuadros que están en las escuelas, y cuando ya van adquiriendo un poco de experiencia, los cambian, se los piden para otra cosa; que es necesaria la permanencia de los cuadros. Y eso es verdad. La experiencia que tiene un director de la escuela en el segundo curso es mayor que en el primero, en el tercer curso mayor que en el segundo y que en el primero, en el tercer curso mayor que en el segundo y así sucesivamente cada curso que pasa. Van adquiriendo más experiencias sobre las dificultades generales, las más comunes, los problemas de todo tipo que se presentan en una escuela. Es decir que ustedes deben irse especializando.

También de los cursos de instrucción revolucionaria deben irse escogiendo los compañeros que demuestren mayor vocación para la enseñanza, pero que, en fin de cuentas, ustedes tienen que especializarse. Y nosotros debemos procurar que no los cambien del trabajo que están haciendo, excepto que, realmente, prefieran otro trabajo, que no tengan verdadera vocación por este trabajo, y entonces sí es conveniente cambiarlos; pero no cambiarlos porque hagan más falta en otro sitio, o crean que hagan más falta en otro sitio.

Es decir que ustedes tienen que irse especializando y, al mismo tiempo que se van especializando pedagógicamente, ir superándose ustedes intelectualmente también, mediante el estudio; ir superándose incesantemente; ir superándose por su cuenta; ir superándose a través de cursos especiales; ir superándose a través de institutos, porque habrá que fundar también aquí el Instituto de Marxismo-Leninismo, instituto superior (APLAUSOS), un centro superior de estudios.

Y así ir nosotros disponiendo ya de un cuerpo especializado de directores y de maestros. Yo creo que, realmente, es un trabajo muy útil, un trabajo muy interesante, un trabajo de veras que yo creo que es un trabajo agradable el trabajo que ustedes tienen. Y el trabajo que tienen los alumnos de ustedes, más agradable todavía.

De veras que a veces yo siento deseos de pasarme seis y ocho meses también en una escuela de instrucción revolucionaria (APLAUSOS), porque la verdad es que cuando a todos nosotros nos hacían estudiar a la fuerza, de muchachos, y de jóvenes y de adolescentes, pues todavía no entendíamos ni siquiera bien para qué estudiar. Y, además, que era un estudio casi obligado. Que no es lo mismo cuando uno se enfrenta con la vida, y entonces comprende la tremenda necesidad de estudiar, de comprender, de penetrar a fondo en los problemas, y se le presenta una oportunidad.

Piensen lo que significa para un revolucionario, para una persona adulta; a algunos les parecerá eso una rareza: “Miren, un hombre con hijos, metido allí a pupilo en la escuela.” No, la rareza no está en eso; la rareza está en el privilegio que implica para un hombre, después de tener hijos y todo eso, el poder ponerse a estudiar y dedicar todas las horas del día para estudiar. Eso para un hombre no es una rareza, eso es un extraordinario privilegio.

Cuando ya el hombre está cargado de muchos compromisos familiares y domésticos, que tiene que sostener a sus hijos y a su familia, tener entonces la oportunidad, cuando nadie la tiene precisamente, porque lo que yo recuerdo cuando muchacho es que oía a los grandes decir: “Ay, si yo pudiera estudiar, si yo fuera muchacho otra vez y pudiera ir a una escuela.” ¿Y qué ocurre? Es que se cumple esa añoranza de las personas que porque eran de familia muy humilde, porque tuvieron que trabajar, porque no tuvieron escuela, vieron que otros iban a estudiar, que otros tenían tiempo, que otros tenían recursos; y que ahora se les presenta la oportunidad de ponerse a estudiar en una escuela. Eso es, verdaderamente, un privilegio para cualquier ciudadano, y la prueba de que es un privilegio de verdad, lo demuestra el hecho de que todo el mundo quiere ingresar en la escuela de instrucción revolucionaria. Hay un fenómeno muy interesante, y es el siguiente: he visto gente que jamás hubiera creído que tuviera la menor afición por un libro, haciendo gestiones por ingresar en las escuelas de instrucción revolucionaria; los familiares, preocupados porque ingrese en la escuela de instrucción revolucionaria, porque ya no es la preocupación de él solo: es la de la mujer, la del hermano, de la hermana, del padre, de los amigos, de todo el mundo.

Y hombres que yo creo que en su vida habían tenido preocupación por el estudio y que eran, además, un poco desorganizados, preocupados por ingresar en una escuela de instrucción revolucionaria, al privilegio de poder ponerse a estudiar después de viejo —esto por llamar viejo a los muchachos ya que no tienen 15 ni 14 años, es decir, después de grandes—, esto de poder ponerse a estudiar después de grande no solo es un privilegio que atrae, y por lo cual se incrementa el deseo de estudiar, sino que además hay otro sentimiento que está impulsando a la gente a estudiar, y es la preocupación de no quedarse atrás. Ustedes habrán oído qué corriente es la expresión “no me quiero quedar atrás”; entonces, hay gente que está consciente de que avanza la Revolución, avanza el pueblo, y que cualquiera que no se supere, cualquiera que no estudie, corre el riesgo de quedarse atrás.

Esas dos cosas se han unido para despertar el interés por el estudio. Ahora, esos dos sentimientos tenemos que aprovecharlos bien. Y en la escuela, además de enseñarles la parte teórica, enseñarles también a actuar con espíritu de camaradería, como yo lo he visto en algunas escuelas en que, realmente, la gente se transforma, la gente se transforma en la escuela y aprende a vivir, a vivir con modos que son absolutamente distintos a los que estaba acostumbrado, aprende a estudiar disciplinadamente; aprende a quedarse por la noche estudiando, que es también un método de autodisciplina fantástico que en una revolución es tan importante, porque el revolucionario tiene que ser esclavo de sus obligaciones; y así, enseñarles todas esas cosas, pero enseñarles también las cosas prácticas.

Sería bueno, también, que en la escuela, de vez en cuando, hicieran una visita a una granja, averiguaran cómo está la contabilidad, los costos, si tienen brigadas de vanguardia, si aplican la inseminación, si no cuándo la van a aplicar; todos los problemas de la economía. Ir otro día a una fábrica, ir otro día a una escuela. El problema es que vayan aprendiendo cosas de la vida práctica también de la Revolución, además de la teoría; hacer crítica de todas las cosas que anden mal; explicar después que vayan a un centro, qué ustedes creen está bien, está correcto, qué deficiencias hay a juicio de ustedes, qué habría que hacer; se aplica el método colectivo, si el administrador es un individuo que le gusta trabajar individualmente. Todas esas cosas de la vida práctica, porque, además, de una mejor formación ideológica, es necesario que los compañeros salgan de la escuela muy conscientes de los males que tenemos, porque tenemos muchos males, tenemos muchos vicios, tenemos muchos problemas, y es una lucha tremenda, terrible, diaria, constante, que de la única manera que se pueden vencer es con el esfuerzo de un número cada vez mayor de ciudadanos, con una participación cada vez mayor de la masa; metiendo el hombro frente a todos estos problemas. Pero es necesario que los compañeros que pasan por la escuela aprendan también todas esas cosas prácticas.

Es mucho pedir que en cuatro meses se pueda aprender todo eso, pero, desde luego, en cuatro meses se pueden adquirir las bases, se puede adquirir la orientación y se puede adquirir el impulso; y ya en las escuelas superiores, más tiempo; y, después, los que descuellen más en los organismos superiores.

Yo, por mi parte, como no puedo ir a la escuela, pues tengo que aprovechar los ratos de ocio también para estudiar, porque yo empiezo por aplicar el consejo que les estoy dando a ustedes.

Muchas gracias.

(OVACION)

DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRÁFICAS