Los cantos de Puerto Príncipe
تاريخ:
16/01/2010
مصدر:
Periódico Juventud Rebelde
Esta mañana nos despertamos con las réplicas alrededor de las 5 am. Una vez más, los temblores se reunieron con el canto. El canto es casi tan contundente como los sismos. Ellos todavía están cantando ahora con toda su fuerza – ¡Aleluya!
“Dodo ti pitit Manman…” cantaba mi madre en las noches sin televisión de nuestra infancia. Su voz, dulce y vital como las de todas las madres cuando duermen a sus hijos, se volvía especialmente alegre recordando aquel canto que aprendió en los barracones de la finca de la abuela, que se llenaban de haitianos durante las cosechas de café.
Detrás de la canción, el sueño demoraba en llegar. A mi hermano y a mí nos gustaba que Mami contara historias de aquella gente que iba de la zafra del azúcar a la del café, sin lograr escapar de la pobreza, y sin embargo cantaba. Hasta en los velorios cantaban.
Hoy no sé si me lo inventaron mis recuerdos o si nos lo contó ella, pero estoy casi segura haberle oído decir que “los haitianos son un pueblo tan sufrido, que cuando les nace un niño lloran y cuando alguien muere cantan.”
Cantos desgarradores e incomparables como esos que ahora se elevan en las oscuras noches de Puerto Príncipe, se entonaron muchas veces en los barracones de las fincas orientales, donde los haitianos fueron la fuerza fundamental de la prosperidad de los cafetales y la mayor expresión del desamparo social.
Por supuesto que también le cantaban a la vida. En el propio batey se gastaba cada centavo ganado y las fiestas eran tan intensas como pobres y breves. Había bailes. Y bebidas. Y dulces. Y trajes. Y narraciones. Y todo lo que un pueblo lleva consigo dentro del alma, que suele ser más abundante que lo que a simple vista se ve o cabe en los morrales.
La ternura, por ejemplo. Casi todos los cuentos sobre haitianos que nos hizo mi madre, tenían eso en común con aquel canto “Dodo tit piti Manman”. Los mismos que de niña le cantaron canciones de cuna en creóle, de joven la protegieron de los fríos de la montaña o las crecidas del rio, y cuando ya tenía nietos, todavía un viejo habitante del batey viajaba kilómetros hasta la ciudad para visitarla como un pariente entrañable.
Esas historias nos enseñaron antes que los libros. Los haitianos, mano de obra barata de las labores más duras en los campos cubanos, fueron la más vívida escuela de la injusticia para quienes les vieron trabajar y sufrir sin más recompensa que la sobrevivencia.
Puede decirse incluso, que el sufrimiento de ellos, alentó algunos de los más profundos cambios en Cuba. “Al batey de Birán y sus gentes, que inspiraron el ansia de una Revolución”, dice en la dedicatoria el libro biográfico sobre Fidel que escribió Katiuska Blanco, “Todo el tiempo de los cedros”.
No es casual, ni fortuito que entre las primeras leyes de beneficio a los trabajadores, dictadas por la Revolución, estuviera el reconocimiento a los años de trabajo y el derecho a la jubilación de miles de emigrantes haitianos.
Si hoy ganan titulares de prensa numerosos apellidos de sonoridad francesa y raíz haitiana -sean deportistas, artistas o académicos prominentes- salidos de los parajes más remotos de la geografía de nuestra Isla, todo se debe a una política que comenzó por incluir, contar, reconocer, integrar, a la población haitiana de Cuba a una sociedad a la que hasta entonces habían aportado todo sin compensación alguna.
Ellos y los cientos de jóvenes haitianos, graduados o por graduarse de Medicina en la filial de la ELAM en Santiago de Cuba, que ahora mismo están dispuestos a salvar vidas en su país, derrumban todos los mitos sobre maldiciones y predisposición de ese pueblo al subdesarrollo y al sufrimiento.
La verdadera maldición es no tener oportunidades. O que quienes dicen venir en tu auxilio, se apertrechen como quienes van a la guerra y pongan por delante los dineros que habrán de gastarse en ellos mismos, como el portaviones norteamericano que ya consume dos millones de dólares por día y todavía no ha llegado a las costas de Haití.
Recordando a mi madre, a la que acunaron y protegieron haitianos pobres entre los pobres, hago mío el dolor del canto que entonan, mientras alzan sus manos al cielo, los desamparados sobrevivientes del terremoto, que esperan que los salven, no que los encañonen.
En eso pienso cuando descubro un rostro conocido entre las doctoras cubanas que se inclinan sobre las víctimas en un reportaje de la televisión. Ella pone su estetóscopo en el pecho inflamado de un pequeño mientras con la otra mano lo acaricia con infinita ternura. Llamo a su casa para avisar y el que responde es su hijo. “Mi mamá está en Haití”, dice con la mayor naturalidad del mundo.
Cooperantes cubanos laboran sin cesar en Haití:
El doctor Carlos Alberto García, coordinador de la cooperación médica cubana en Haití, informó hoy que el personal cubano de la salud labora sin cesar en varios centros hospitalarios en esta capital, luego de la crítica situación creada por el sismo.
Los galenos, enfermeras y demás trabajadores de la salud, con el apoyo de los colaboradores de la pesca y otras ramas trabajan día y noche, y los equipos de cirugía laboran más de 18 horas, en una situación muy compleja para atender al pueblo haitiano.
Un grupo importante despliega su actividad en los departamentos cercanos (Aquin, Okay y otros), pues la demanda sobrepasa los servicios que hasta ahora se brindan.
Desde las siete de la mañana de este miércoles se logró abrir el Hospital Universitario en Delmas 33, uno de los dos hospitales más importantes de esta ciudad y que el día anterior estaba prácticamente colapsado, sin médicos y recursos para funcionar.
Los hospitales conocidos como Rennaissance y Ofatma son otros dos centros donde se encuentran los especialistas cubanos, todos con la aglomeración de centenares de casos pendientes de cura y operaciones.
La heroicidad conque labora el personal cubano es impresionante, como también lo son los trágicos testimonios de cuanto ocurre en las calles de esta capital, como el de un niño que llegó al hospital universitario rescatado por las brigadas de salvamento después de permanecer tres días bajo los escombros.
El menor, nombrado Nixon y a quien los especialistas cubanos brindan toda su atención para mantenerlo con vida, sobrevivió al derrumbe de su vivienda gracias a la acción protectora de su padre, quien se tendió encima de él y amainó con su cuerpo el impacto de la mole de bloques y cemento, hasta morir.
También se informó que se han incorporado médicos haitianos, y otros de la cooperación española y chilena, quienes han solicitado trabajar junto con los cubanos, mientras que algunos aseguramientos se han recepcionado y se espera un segundo envío procedente de Cuba.
La situación en la capital haitiana es sumamente crítica, y al tétrico panorama de los derrumbes se suman los centenares de cadáveres que permanecen insepultos en las calles o bajo los escombros, lo cual -según el doctor García- puede complicar la situación epidemiológica.
Mas de tres mil cooperantes cubanos han laborado en el sector de la salud en los 11 años en que se ha desarrollado la colaboración con Haití.
“Dodo ti pitit Manman…” cantaba mi madre en las noches sin televisión de nuestra infancia. Su voz, dulce y vital como las de todas las madres cuando duermen a sus hijos, se volvía especialmente alegre recordando aquel canto que aprendió en los barracones de la finca de la abuela, que se llenaban de haitianos durante las cosechas de café.
Detrás de la canción, el sueño demoraba en llegar. A mi hermano y a mí nos gustaba que Mami contara historias de aquella gente que iba de la zafra del azúcar a la del café, sin lograr escapar de la pobreza, y sin embargo cantaba. Hasta en los velorios cantaban.
Hoy no sé si me lo inventaron mis recuerdos o si nos lo contó ella, pero estoy casi segura haberle oído decir que “los haitianos son un pueblo tan sufrido, que cuando les nace un niño lloran y cuando alguien muere cantan.”
Cantos desgarradores e incomparables como esos que ahora se elevan en las oscuras noches de Puerto Príncipe, se entonaron muchas veces en los barracones de las fincas orientales, donde los haitianos fueron la fuerza fundamental de la prosperidad de los cafetales y la mayor expresión del desamparo social.
Por supuesto que también le cantaban a la vida. En el propio batey se gastaba cada centavo ganado y las fiestas eran tan intensas como pobres y breves. Había bailes. Y bebidas. Y dulces. Y trajes. Y narraciones. Y todo lo que un pueblo lleva consigo dentro del alma, que suele ser más abundante que lo que a simple vista se ve o cabe en los morrales.
La ternura, por ejemplo. Casi todos los cuentos sobre haitianos que nos hizo mi madre, tenían eso en común con aquel canto “Dodo tit piti Manman”. Los mismos que de niña le cantaron canciones de cuna en creóle, de joven la protegieron de los fríos de la montaña o las crecidas del rio, y cuando ya tenía nietos, todavía un viejo habitante del batey viajaba kilómetros hasta la ciudad para visitarla como un pariente entrañable.
Esas historias nos enseñaron antes que los libros. Los haitianos, mano de obra barata de las labores más duras en los campos cubanos, fueron la más vívida escuela de la injusticia para quienes les vieron trabajar y sufrir sin más recompensa que la sobrevivencia.
Puede decirse incluso, que el sufrimiento de ellos, alentó algunos de los más profundos cambios en Cuba. “Al batey de Birán y sus gentes, que inspiraron el ansia de una Revolución”, dice en la dedicatoria el libro biográfico sobre Fidel que escribió Katiuska Blanco, “Todo el tiempo de los cedros”.
No es casual, ni fortuito que entre las primeras leyes de beneficio a los trabajadores, dictadas por la Revolución, estuviera el reconocimiento a los años de trabajo y el derecho a la jubilación de miles de emigrantes haitianos.
Si hoy ganan titulares de prensa numerosos apellidos de sonoridad francesa y raíz haitiana -sean deportistas, artistas o académicos prominentes- salidos de los parajes más remotos de la geografía de nuestra Isla, todo se debe a una política que comenzó por incluir, contar, reconocer, integrar, a la población haitiana de Cuba a una sociedad a la que hasta entonces habían aportado todo sin compensación alguna.
Ellos y los cientos de jóvenes haitianos, graduados o por graduarse de Medicina en la filial de la ELAM en Santiago de Cuba, que ahora mismo están dispuestos a salvar vidas en su país, derrumban todos los mitos sobre maldiciones y predisposición de ese pueblo al subdesarrollo y al sufrimiento.
La verdadera maldición es no tener oportunidades. O que quienes dicen venir en tu auxilio, se apertrechen como quienes van a la guerra y pongan por delante los dineros que habrán de gastarse en ellos mismos, como el portaviones norteamericano que ya consume dos millones de dólares por día y todavía no ha llegado a las costas de Haití.
Recordando a mi madre, a la que acunaron y protegieron haitianos pobres entre los pobres, hago mío el dolor del canto que entonan, mientras alzan sus manos al cielo, los desamparados sobrevivientes del terremoto, que esperan que los salven, no que los encañonen.
En eso pienso cuando descubro un rostro conocido entre las doctoras cubanas que se inclinan sobre las víctimas en un reportaje de la televisión. Ella pone su estetóscopo en el pecho inflamado de un pequeño mientras con la otra mano lo acaricia con infinita ternura. Llamo a su casa para avisar y el que responde es su hijo. “Mi mamá está en Haití”, dice con la mayor naturalidad del mundo.
Cooperantes cubanos laboran sin cesar en Haití:
El doctor Carlos Alberto García, coordinador de la cooperación médica cubana en Haití, informó hoy que el personal cubano de la salud labora sin cesar en varios centros hospitalarios en esta capital, luego de la crítica situación creada por el sismo.
Los galenos, enfermeras y demás trabajadores de la salud, con el apoyo de los colaboradores de la pesca y otras ramas trabajan día y noche, y los equipos de cirugía laboran más de 18 horas, en una situación muy compleja para atender al pueblo haitiano.
Un grupo importante despliega su actividad en los departamentos cercanos (Aquin, Okay y otros), pues la demanda sobrepasa los servicios que hasta ahora se brindan.
Desde las siete de la mañana de este miércoles se logró abrir el Hospital Universitario en Delmas 33, uno de los dos hospitales más importantes de esta ciudad y que el día anterior estaba prácticamente colapsado, sin médicos y recursos para funcionar.
Los hospitales conocidos como Rennaissance y Ofatma son otros dos centros donde se encuentran los especialistas cubanos, todos con la aglomeración de centenares de casos pendientes de cura y operaciones.
La heroicidad conque labora el personal cubano es impresionante, como también lo son los trágicos testimonios de cuanto ocurre en las calles de esta capital, como el de un niño que llegó al hospital universitario rescatado por las brigadas de salvamento después de permanecer tres días bajo los escombros.
El menor, nombrado Nixon y a quien los especialistas cubanos brindan toda su atención para mantenerlo con vida, sobrevivió al derrumbe de su vivienda gracias a la acción protectora de su padre, quien se tendió encima de él y amainó con su cuerpo el impacto de la mole de bloques y cemento, hasta morir.
También se informó que se han incorporado médicos haitianos, y otros de la cooperación española y chilena, quienes han solicitado trabajar junto con los cubanos, mientras que algunos aseguramientos se han recepcionado y se espera un segundo envío procedente de Cuba.
La situación en la capital haitiana es sumamente crítica, y al tétrico panorama de los derrumbes se suman los centenares de cadáveres que permanecen insepultos en las calles o bajo los escombros, lo cual -según el doctor García- puede complicar la situación epidemiológica.
Mas de tres mil cooperantes cubanos han laborado en el sector de la salud en los 11 años en que se ha desarrollado la colaboración con Haití.