Manifiesto No. 2 del 26 de Julio al pueblo de Cuba
En todos los honrados corazones hallaremos magnánima ayuda. Y tocaremos a todas las puertas. Y pediremos limosna de pueblo en pueblo. y nos la darán, porque la pediremos con honor.
JOSÉ MARTÍ
A los hombres y mujeres de mi patria dirijo fundamentalmente estas líneas. En mi retina traigo todavía las escenas inolvidables que he vivido entre la emigración cubana de Estados Unidos. Puestos de pie, en todas partes, los cubanos, con la mano en alto, juraron no descansar hasta ver redimida su tierra y acudieron luego en masa a depositar en el sombrero mambí el producto de su sudor que aquí vierten en rudo trabajo. Pero aquella no habría de ser la única contribución. A los cubanos de la emigración no hay que buscarlos para que ayuden; después de cada reunión pública se les ve por las calles preguntando dónde está el local del Club Patriótico para solicitar su ingreso y ofrecer su aporte semanal; el 28 de enero entregarán el salario de ese día de trabajo; todos los domingos organizarán fiestas cubanas para entregar íntegro lo que se recaude a la revolución; la primera de ellas, efectuada hace breves días en New York dejó un saldo de centenares de pesos. Todo lo hermoso de nuestra tradición histórica ha revivido en la emigración cubana con indescriptible fervor. Ya están en marcha los Clubs Patrióticos de Bridgeport, Unión City, New York, Miami, Tampa y Cayo Hueso. Nuevos núcleos irán organizándose en Chicago, Filadelfia, Washington y otros lugares donde radican los cubanos que han tenido que abandonar el país para irse a ganar en tierra extraña el pan que no podían obtener en su tierra natal. Siete semanas de esfuerzo incansable dedicados a organizar a los cubanos desde la frontera del Canadá hasta el cayo glorioso, han rendido los mejores frutos.
El 26 de Julio, que reúne y organiza en estrecho y disciplinado movimiento a todos los elementos revolucionarios del país, saliéndose de los marcos tradicionales en que ha girado hasta hoy la mezquina política cubana, ha llamado igualmente a luchar a nuestros hermanos de la emigración que también son cubanos que padecen las desdichas de Cuba, y la emigración ha respondido unánimemente junto al 26 de Julio. La emigración ofrece centenares de combatientes jóvenes veteranos de los frentes de Europa y del Pacífico, en la segunda guerra mundial muchos de ellos, que ahora quieren luchar por la causa de la libertad en su propia tierra, y ofrece además abundantes recursos económicos para que no vayan desarmados los brazos generosos y viriles que se enfrentarán otra vez a la tiranía con el grito de libertad o muerte en los labios.
Algunos no acaban de comprender el sentido de la prédica de una idea revolucionaria y se pregunta si ello no pone en guardia la opresión. Olvidan muchas cosas; pero olvidan en primer término que nosotros no somos malversadores millonarios con sus cuantiosas cuentas depositadas en los bancos; olvidan que nosotros no contamos con bienes privados para ponerlos a disposición de nuestra causa, que los ofreceríamos sin vacilar si los tuviésemos, lo mismo que ofrecemos lo único que poseemos: nuestra energía y nuestra vida; olvidan que una revolución, a diferencia del putsch militar, es obra del pueblo y hace falta que el pueblo esté sobreaviso para que sepa cuál habrá de ser su participación en la lucha. En la revolución, como dijo Martí, «los métodos son secretos y los fines son públicos». ¿Acaso cree alguien que cuando nuestros libertadores solicitaban públicamente la ayuda de los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso, pretendían ocultar al poder español que la revolución se estaba gestando en Cuba? Si no somos malversadores, si no somos ricos, ¿cómo vamos a obtener los recursos indispensables para la lucha, si no es pidiéndoselos al pueblo? ¿Y cómo vamos a pedirle recursos al pueblo si no le hablamos al pueblo y le decimos para qué se quieren esos recursos? Si la revolución asalta un banco para obtener fondos, el enemigo dirá que los revolucionarios son unos gánsteres. Si la revolución acepta ayuda de los malversadores que saquearon la república, la revolución estará traicionando sus principios; si la revolución solicita ayuda de los intereses creados, la revolución estará com¬prometida antes de llegar al poder.
Ya una vez fuimos al combate con los escasos recursos que pudimos obtener dando cada uno de nosotros lo poco que teníamos y solicitando en silencio la ayuda de unas cuantas personas generosas, y el resultado fue la derrota y los crímenes espantosos que la siguieron; entonces nada hubiéramos hecho con pedir en voz alta, porque nadie nos habría prestado atención; la fe estaba puesta en otros hombres de quienes todo se esperaba frente a la opresión. Hoy, después que hemos tenido que pagar a tan alto precio de sacrificio y de vidas la consideración de nuestros compatriotas, haremos lo que no pudimos realizar entonces: acudir públicamente al pueblo para que nos ayude; preparar al país para la revolución en grande sin posibilidades de fracaso; dar las consignas que en todas partes deben seguir las masas, cuando estalle como una tempestad la rebelión nacional, para que los destacamentos de combate, bien armados y bien dirigidos, y los cuadros juveniles de acción y agitación puedan ser secundados por los trabajadores de todo el país organizados desde abajo en células revolucionarias capaces de desatar la huelga general. Lo que no sabrá nunca el enemigo es dónde están las armas y en qué momento y cómo estallará la insurrección. Si la politiquería predica públicamente sus tesis electoralistas, la revolución debe predicar públicamente sus tesis de rebeldía.
Predicar la revolución en voz alta, dará, sin duda, mejores frutos que hablar de paz en público y conspirar en secreto, que fue el método seguido durante tres años y medio por el equipo desalojado del poder el 10 de marzo, secreto que no fue nunca un secreto para nadie. Gracias a nuestra campaña, véase que a pesar del regreso de los exiliados auténticos, que muchos erróneamente interpretaron como el fin de la etapa insurreccional, el sentimiento y la agitación revolucionaria es más fuerte que nunca en toda la nación, y el grito nuestro de: «Revolución!, ¡Revolución!», es la consigna de la masa donde quiera que se reúne el pueblo. Todos los planes electoralistas del régimen para perpetuarse en el poder con la complicidad de las camarillas políticas de la pseudo-oposición han sido deshechos por la estrategia nuestra. Únicamente los ciegos o los mezquinos o los envidiosos o los impotentes podrían negarlo.
El panorama nacional se despeja; los hechos nos están dando la razón. Las masacres de obreros, los combates callejeros entre estudiantes y policías, la crisis económica creciente con su secuela de hambre y miseria, el aumento desenfrenado de la deuda pública que compromete por treinta años el crédito de la nación, los hombres desaparecidos sin dejar huellas, los crímenes impunes, los desfalcos diarios y la negativa soberbia y rotunda que dio el dictador a los cien mil ciudadanos que se reunieron en el Muelle de Luz, demuestran que al país no le queda otra salida que la revolución. Los que hasta hoy han venido sosteniendo otra tesis, no les queda en este instante más que dos caminos: o se pliegan al régimen o se suman a la revolución, cuyo estandarte nosotros hemos sostenido en alto cuando muchos corrían en busca de una componenda elec-toral con la dictadura. Hasta el más humilde ciudadano interpreta correctamente la situación de Cuba cuando afirma que Batista y su cohorte de generales millonarios se burlan de la opinión pública desde hace cuatro años y no abandonarán el poder a menos que se les eche por la fuerza.
A los cobardes que opinan que él tiene los tanques, los cañones y los aviones, la respuesta de una acción digna, de un pueblo que tenga vergüenza debe ser: «Pues bien: reunamos nosotros también las armas necesarias: entreguémosles a los combatientes los recursos económicos que les faltan; si con lo que la tiranía nos cobra por la fuerza en impuestos compra ella sus armas y paga sus esbirros, ayudemos voluntariamente con nuestros recursos a los que hace cuatro años vienen luchando y vienen muriendo por nuestra redención; ayudémosles, porque el deber de sacrificarse por la patria es de todos y no de unos cuantos; ayudémoslos con lo que nos gastamos en ir al cine, en ir al cabaret, en ir a divertirse; ayudémoslos porque la vida frívola, la vida indiferente en presencia del país que agoniza es un crimen, cuando otros padecen prisión, o padecen destierro o yacen bajo la tierra envilecida...».
Entregue cada ciudadano un peso; aporte cada obrero el producto de un día de salario como lo van a hacer los emigrados cubanos el 28 de enero y verán cómo la tiranía se desploma estrepitosamente en menos tiempo de lo que se imaginan.
Los que llevamos una vida austera y pobre, entregados a la lucha sin descanso ni respiro; dándole al país nuestra juventud y nuestra vida; trabajando para seis millones de cubanos sin cobrarle nada a nadie, nos sentimos con moral y con valor para hablarle a la nación en estos términos. Pedir es amargo, aunque sea para la patria; pero es más amargo vivir como vivimos, oprimidos; ver, el esposo cómo le ofende a la compañera en la calle un insolente uniformado; ver, la madre cómo le arrancan al hijo o al esposo de su casa a media noche; ver, el hombre, ya padre de familia, cómo, a pesar de sus años y de su condición, lo golpean y lo vejan sin respeto alguno en una estación de policía; ver, el comerciante, cómo le quitan el mazo de tabacos o la libra de carne, o la taza de café, el mismo agente que debía protegerlo de los malhechores si no, le ponen la multa o lo acusan injustamente de alguna infracción; ver los niños descalzos por las calles pidiendo limosnas, ver los hombres cruzados de brazos en las equinas, ver las colas delante de un cónsul extranjero solicitando la visa para emigrar del país, ver, en fin, las infinitas injusticias que a nuestra vista corren diariamente.
Préstenos oído el pueblo que nos ve sufrir, que nos ve padecer, que nos ve luchar, que nos ve pedir limosnas para la patria.
Otros piden para sí y ponen de garantía una casa, una finca, una prenda, un bien cualquiera; nosotros pedimos para Cuba y ponemos de garantía nuestras vidas; cada peso que se deposita en nuestras manos es un cheque que se gira contra la existencia de hombres que han prometido morir antes que abandonar la empre¬sa en que están empeñados. Y los verán morir, con tremendo re-mordimiento de conciencia, los que por egoísmo o mezquindad se niegan a ayudarlos, sabiendo que tienen la razón y que luchan por una causa justa, por un ideal noble, por un principio digno, por un bien común.
Sabemos que no caerá en el vacío este llamamiento; ya en una ocasión, cuando iba a cerrarse el periódico La Calle por falta de recursos, hicimos una apelación similar y el pueblo de inmediato comenzó a socorrerlo espléndidamente. Tuvo que clausurarlo el régimen. Esta vez no se pide para un periódico: se pide para la patria entera; se pide para comprar la libertad de seis millones de esclavos; se pide para salvar a la nación; la contribución debe ser, por tanto, mil veces más generosa y más espontánea.
La recaudación de fondos por parte de un movimiento que funciona clandestinamente es tarea dificultosa, pero perfectamente realizable en este caso, dada la organización y disciplina de nuestros cuadros, vertebrados en toda la isla.
Es, sin embargo, imprescindible que se observen las siguientes normas:
Ningún ciudadano debe entregar nada a nadie en quien no tenga absoluta confianza por su honradez, seriedad y prestigio moral, y la seguridad de que a través suyo llegará lo donado a la Tesorería del Movimiento.
Nadie tendrá carnet o identificación alguna de este movimiento con el propósito específico de recaudar fondos, y la única credencial válida de un activista nuestro para esos fines será el prestigio de que goce en el lugar donde radique o ejerza su profesión.
Nadie entregue un centavo a persona alguna procedente de otra localidad o procedente de otro centro donde trabaje o afirme que desempeña sus funciones; de modo que ningún desconocido en el lugar pueda presentarse en carácter de miembro del Movimiento 26 de Julio con el propósito de recaudar fondos.
A nadie se le entregará recibo o bono como constancia de su contribución, ya que todo documento de esta índole sería comprometedor, tanto para el que lo entrega como para el que lo recibe. En su día, cuando las actuales circunstancias de opresión desaparezcan, se formarán listas de honor con los nombres de las personas que hayan contribuido según testimonio de los miembros de nuestras secciones económicas.
La dictadura no podrá tomar medidas efectivas contra esta campaña económica, porque se enfrenta con un tipo de conspiración masiva.
Cualquier impostor que, haciéndose pasar por miembro de nuestro movimiento, trate de recaudar fondos en su nombre, será descubierto sin tardanza por nuestros militantes que están alertas en todas partes, y se encargarán de proporcionarle su merecido castigo como ocurrió en la provincia de Matanzas a un pícaro nombrado Ramón Estévez, que se dedicaba a esa ruin faena, utilizando de falsa credencial una fotografía nuestra superpuesta. No hay vigilancia más eficaz que la vigilancia colectiva.
Toda forma de recaudación mediante coacción o violencia está totalmente fuera de nuestros procedimientos.
Las normas anteriores de recaudación se aplican al territorio nacional donde funciona clandestinamente nuestra organización, no así en la emigración donde los Clubs Patrióticos realizan su tarea ajustados a la legalidad.
La Tesorería del Movimiento lleva cuenta minuciosa de sus ingresos y gastos, de lo cual rendirá informe cumplido a la nación cuando haya concluido su obra.
En nombre de la Dirección Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, firma en la Isla de Nassau, el 10 de diciembre de 1955.