Si Fidel estuviera…
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«Si Fidel estuviera…», hemos dicho alguna vez en cualquier diálogo franco, o en las conversaciones que nacen al calor del día en plenos avatares. Es una frase omnipresente, quién lo duda, como el ejemplo y estampa misma legada por el Comandante en Jefe.
Esa expresión viene a ser sinónimo de justicia, de orden, de respeto, porque nos enseñó durante casi 60 años a estar en pie de lucha junto a este pueblo, a velar cada detalle de forma aguda y palpar la realidad con las propias manos. «Con el Comandante no había casualidad», dicen todavía muchos.
La gente añora la figura intacta más que el simbolismo y el mito del hombre inclaudicable, del David contra Goliat. La gente quiere sentir a Fidel en todo su esplendor, porque la voz del líder se hace indispensable cuando el trayecto parece rocoso, difícil.
Los tiempos cambian, cierto, y los vientos baten más fuertes, pero aun así el cubano busca respuestas en el pensamiento fidelísimo. Ya no hay tribunas donde discurse durante horas. Está la ausencia prolongada de su voz en la plaza. Sin embargo, queda un arma poderosa, inquietante y, quizá, más revolucionaria: sus ideas.
Quién no se ha preguntado en los momentos duros de estos tiempos cambiantes, después de su sobrevida, qué hubiese hecho Fidel frente a tal situación, qué consejo tendría para darnos. Aun cuando su luz irradia el camino trazado, a veces sentimos la necesidad de que vuelva y nos cuestione reflexivo mientras apunta con el índice al centro de la multitud.
El Líder Histórico de la Revolución Cubana fue un ser inequívoco, capaz de poner su mirada en el futuro, guiar un pueblo y acompañarlo hasta las últimas consecuencias. Por eso, tuvo toda la autoridad moral posible, y porque, además, cada sacrificio encerraba su presencia y ejemplo en primer orden.
Es cierto que hoy no desandamos la historia huérfanos ni a la deriva. Pero Fidel es Fidel, en presente. Nadie lo pone en duda. Un hombre unido al pueblo para siempre por sólidos lazos de paternidad y liderazgo.
El mayor de nuestros temores hoy debiera estar en si defraudáramos sus principios y ejemplo. Sería, en efecto, como traicionar la confianza del padre que nos legó la vida. De ahí que ser coherente con el pensamiento fidelista resulta, tal vez, el regalo de cumpleaños más importante que podemos tributarle cada 13 de agosto.
Su estirpe fue única e irrepetible, de las que solo paren una vez los siglos. ¿Habremos sido nosotros sus mejores alumnos?, me he cuestionado en ocasiones. Realmente no lo sé. Eso solo lo dirá la historia. Lo que sí está seguro es que tuvimos al mejor maestro educándonos y cabalgando junto al pueblo.
«Si Fidel estuviera…», seguramente nos llamaría hoy a continuar el combate, a ser los principales críticos de nuestras actitudes, a no fallarle jamás al sentimiento puro de un revolucionario. Quedan más vivos que nunca sus principios e ideas, y esas debemos seguirlas y respetarlas hasta las últimas consecuencias.