Carilda Oliver Labra: “Fidel no cabe en un poema”
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El 6 de julio de 1922, nació una mujer que se ganaría el cariño y la admiración de muchos: Carilda Oliver Labra, quién hubiera cumplido 102 años. Su poema “Canto a Fidel” la catapultó cómo la primera en escribir un poema dirigido a Fidel Castro y a la esperanza que él representaba para el proceso revolucionario. Fidel lo llamó “el poema guerrillero que subió a la Sierra Maestra”.
Un suceso fue sin lugar a dudas aquella hazaña. En sus diálogos con la prensa recordó cómo tuvo la inspiración en 1957 después de ver la foto del líder en la Sierra Maestra durante la entrevista que le hizo el periodista estadounidense Herbert L. Matthews, reportero del New York Times. Lo que confirmó que el líder revolucionario estaba vivo y que la lucha continuaría, a pesar de que el gobierno de Batista afirmaba que había muerto:
“Aquello me emocionó, fue una cosa convulsiva casi, y decidí momentáneamente hacer unas décimas”.
“Pensé en las décimas porque era un formato popular, sencillo y musical. Creí que de ese modo podría enviarlas a la Sierra”.
“Me inspiró además la cuestión ética de la Sierra y aquel movimiento libertario. Fue un tributo humilde al guerrero, en un momento muy incierto y con pocas esperanzas de éxito, pensaba yo. En realidad se trataba de una tarea titánica la de aquellos rebeldes, aunque como conocemos, él nunca perdió la fe en el triunfo”.
“Era una cosa muy cristalina, el canto es romántico, repleto de ilusión, es la loa al héroe que está en la Sierra Maestra, un llamamiento también a la guerra, ese fue el motivo que me conquistó”.
Sobre las consecuencias que podrían haber ocasionado su osadía apuntó:
“Mi mamá lo leyó y empezó a llorar diciéndome que si yo me había vuelto loca. Si Batista descubre, me dijo, que una muchacha tan joven le escribe a ese hombre, su terrible enemigo, no te van a dejar viva, porque Batista es un tremendo asesino. Aun así, con todos esos peligros, lo envié a la Sierra Maestra”.
“No dejaba de sentir miedo por lo que podía pasarme, claro está. Después de que lo leyeron algunos amigos y gracias a no pocas peripecias el Canto... subió a la Sierra Maestra oculto entre la suela y la plantilla de unos zapatos”.
Ante la pregunta: ¿Qué agregarías al Canto? con firmeza respondió: “Nada. La obra de la Revolución está hecha: adosar palabras a la misma sería como trazar en la base de una pirámide los planos de su construcción”.
“Aquel joven audaz, inteligente, tempestuoso, radioactivo, de pie sobre la patria, escapó de mi humilde poema y ya nadie acertará a escribirle la epopeya justa que demanda su grandeza”.
Carilda también era graduada de Derecho, como Fidel. No eran del mismo curso, pero se habían conocido en la Universidad de La Habana, durante sus años de estudio, sobre aquella etapa aseguró: “Sin duda ya estaba absorbido por las preocupaciones de los cubanos”.
Fidel siempre elogió las cualidades literarias y humanas de la ganadora del Premio Nacional de Literatura. Una mujer que tuvo una manera especial de ver la vida, con gran autenticidad logró expresar su amor por la Patria, por la unidad familiar que sostiene los cimientos de la sociedad y por la justicia que representa la aspiración más noble de la humanidad.
Hoy, en el aniversario de su natalicio, recordamos su modestia y cómo aquel icónico poema surgió del corazón, demostrándolo así cuando afirmó:
“Si hubiese consultado entonces la bola de cristal habría entendido —previo al conocimiento de todo lo que ha pasado durante todos estos años— que a este hombre no se le puede saludar con versitos sino con armas que están por inventarse, y que no alcanzan los Neruda, los Vallejo, los Darío, los Miguel Hernández, los Guillén... para escribirle la epopeya justa.”
“Eso sí, lo hice llena de amor y romanticismo, con una pasión ilusionada, llena de fantasías; quería sencillamente contribuir a la causa con un granito de arena. (...) Lo hubiera escrito de otra forma porque el tiempo la vuelve a una más cuerda. O sencillamente, no me atrevería a escribirlo, quizá porque sería demasiado presumido. Fidel es una figura universal y no cabe en un poema”.
Canto a Fidel
No voy a nombrar a Oriente,
no voy a nombrar la Sierra,
no voy a nombrar la guerra
—penosa luz diferente—,
no voy a nombrar la frente,
la frente sin un cordel,
la frente para el laurel,
la frente de plomo y uvas,
voy a nombrar toda Cuba,
voy a nombrar a Fidel.
Ese que para en la tierra
aunque la Luna le hinca,
ese de sangre que brinca
y esperanza que se aferra;
ese clavel en la guerra,
ese que en valor se baña,
ese que allá en la montaña
es un tigre repetido
y dondequiera ha crecido
como si fuese de caña.
Ese Fidel insurrecto
respetado por las piñas,
novio de todas las niñas
que tienen el sueño recto.
Ese Fidel —sol directo
sobre el café y las palmeras—;
ese Fidel con ojeras,
vigilante en el Turquino
como un ciclón repentino,
como un montón de banderas.
Por su insomnio y sus pesares,
por su puño que no veis,
por su amor al veintiséis,
por todos sus malestares,
por su paso entre espinares
de tarde y de madrugada,
por la sangre del Moncada
y por la lágrima aquella
que habrá dejado una estrella
en su pupila guardada.
Por el botón sin coser
que le falta sobre el pecho,
por su barba, por su lecho
sin sábanas ni mujer,
y hasta por su amanecer
con gallos tibios de horror,
yo empuño también mi honor
y le sigo a la batalla
con este verso que estalla
como granada de amor.
Gracias por ser de verdad,
gracias por hacernos hombres,
gracias por cuidar los nombres
que tiene la libertad.
Gracias por tu dignidad,
gracias por tu rifle fiel,
por tu pluma y tu papel,
por tu ingle de varón.
Gracias por tu corazón.
¡Gracias por todo, Fidel!