Despertar la fe de los pueblos: A 65 años del viaje de Fidel Castro a Sudamérica (III)
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Días, 3 y 4 de mayo de 1959
De Argentina, Fidel se traslada a Uruguay que está viviendo momentos muy difíciles por el desbordamiento del Río Negro que ha producido numerosas víctimas y cuantiosos daños materiales en algunas ciudades del interior del país. De los balcones, en la terraza del aeropuerto de Carrasco de Montevideo, cuelga el cartel de bienvenida: “¡Fidel es nuestro!”. Hombres y mujeres alzan en brazos a sus hijos para que capten siquiera una visión fugaz del paso del líder revolucionario. Centenares de manos se extienden en su afán de estrechar la diestra de Fidel. Los cordones de protección ceden al suave requerimiento del pueblo: “Fidel es nuestro señor, déjeme tocarlo”.
Es un permanente desbordamiento de entusiasmo, sin vacíos de reposo. Hay algo de mayor hondura que la simple admiración por el héroe. La aguda sensibilidad de la patria de José Artigas se percata lúcidamente de la dimensión política de Fidel. Desde la misma terminal aérea, a través de las cadenas de radio, Fidel pronuncia las primeras palabras de saludo. La escena se repite más tarde en las extensas zonas arrastradas por las inundaciones. Habla con los damnificados. Su presencia contribuye a levantar los ánimos.
En Chamberlain, una de las ciudades afectadas por la crecida, el Primer Ministro elogia el esfuerzo de los comandos de emergencia del ejército que auxilian a las víctimas del desastre. Las tropas en formación, le rinden honores con los acordes del Himno Nacional del Uruguay. “Esta misión —comenta Fidel—, ayudar y servir al pueblo en su infortunio, es la más alta tarea que puede realizar un ejército de América”.
A su regreso a Montevideo, frente al hotel Victoria Plaza, la policía moviliza refuerzos para rescatar a Fidel de la marea popular. A pesar de que sopla un aire frío de otoño austral, gotas de sudor le mojan la frente.
Al atardecer se dirige a la Casa de Gobierno a cumplimentar la usual visita de cortesía al presidente del Consejo, Martín Etchegoyen.
La charla con el político uruguayo y sus ministros se efectúa en presencia de los periodistas, a la sombra de un gigantesco cuadro del prócer José Artigas. Se habla de la Conferencia de los 21, de la gesta cubana, de la catástrofe de Río Negro, de la generosa hospitalidad uruguaya.
La inevitable rueda de prensa abarca diversos temas. Sobre la conferencia económica celebrada en Buenos Aires, expresa: —El mercado común del continente representaría un gran paso hacia la futura unión política, en una confederación de los Estados latinoamericanos, como fue el sueño de nuestros fundadores.
En la noche, el apasionado interés de Montevideo se traslada hacia la explanada municipal para escuchar y ver al líder revolucionario.
El pueblo se derrama por las calles. Jamás la ciudad había presenciado una concentración semejante. El calor de la multitud compensa la fría temperatura. Ya frente el micrófono, entre otras cuestiones, Fidel destaca: Es que hemos implantado fronteras artificiales que han creado diferencias donde no existen. Hemos creado ficciones en medio de verdades que son evidentes. Hemos cerrado los ojos ante ellas y hemos vivido en medio del absurdo, sin que voces aisladas o voces unánimes de todos nuestros pueblos empezasen a comprender la verdad de nuestra debilidad, la verdad de nuestra impotencia, la verdad de nuestra infelicidad.
Precisa: “Es que siendo unos, enteros, hemos vivido separados, hemos vivido alejados, hemos vivido divididos. Hemos vivido al margen de lo que pudo habernos hecho grandes; de lo que pudo habernos protegido de la impotencia”.
Plantea con vehemencia: “Hemos vivido al margen de la orientación de nuestros libertadores, a los que hemos levantado estatuas, a los cuales hemos dedicado millares de ramos de flores, millones tal vez de discursos, pero a los que no hemos seguido en la esencia pura de su pensamiento”.
Redondea la idea: Parécenos que si se presentaran hoy ante nosotros, desde Simón Bolívar hasta José Martí, desde José de San Martín hasta Artigas, y con ellos todos los próceres de las libertades de América Latina nos reprocharían vernos como nos encontramos todavía y se preguntarían si esta es la América que ellos soñaron, grande y unida, y no el racimo de pueblos divididos y débiles que somos hoy.
Aborda las profundas razones que explicaban la extraordinaria concentración. Ni la curiosidad, ni el mérito, ni la gratitud política podían hacer el milagro de reunir a millares de uruguayos para escuchar la palabra de un gobernante de otra tierra.
¿Qué es lo que reúne a los pueblos si no es una aspiración, si no es una conciencia latinoamericana, si no es un decoro que late en el corazón de todos nosotros? ¿Qué quiere decir que a mí no se me mire como a un extranjero, palabra indigna para calificarnos los hermanos de América Latina?
Cada pregunta tiene un vigoroso acento afirmativo: ¿Qué quiere decir sino que hay una conciencia que despierta en todo el continente? ¿Qué quiere decir esto sino que la América va madurando para la gran tarea que debe realizar en el mundo, para cumplir también su rol en el mundo, para llevar adelante los sueños y aspiraciones a que tienen derecho todos los pueblos?
Con emoción advierte: Si la Revolución Cubana, por errores de los cubanos, por la traición de sus líderes, por falta de sentido de responsabilidad, lejos de conducirla al triunfo la llevan al fracaso, seremos responsables ante los ojos de América de haber dado muerte a una de sus más hermosas esperanzas.
Finaliza: Al igual que hoy nuestros corazones pueden abrazarse por encima de esas barreras que absurdamente se interponen entre ustedes y nosotros, porque ustedes son llamados uruguayos y nosotros somos llamados cubanos, tenemos pasaportes distintos, leyes distintas... Al igual que hoy nos abrazamos por encima de esas barreras, en un futuro más o menos lejano, si nosotros no lo vemos, nuestros hijos pueden abrazarse con los corazones, sin barreras de ninguna clase.
En fotos, Fidel en Uruguay